Los he conocidos en todas las etapas de mi vida y estoy plenamente
convencido de que sin ellos la vida carecería de su necesaria dosis de bondad.
Personas que han conseguido sacar con muy buenas notas sus deberes de nietos, hijos,
hermanos, compañeros, esposos, padres y abuelos. ¡Ahí es nada! Pasan por la vida casi sin querer molestar e
intentando no hacerse notar en demasía. Siempre,
a pesar de sus pesares, con una permanente sonrisa prendida en los balcones de
sus caras. Llegan dispuestos a alegrarte el día con sus comentarios positivos
en un mundo donde la negatividad siempre campa a sus anchas. Cuando los paras
–o te paran- en la calle para saludarte efusivamente te cubren con una patina
de solidaridad que consiguen salvarte el día. Buscan el lado más humano y
solidario en una Sociedad proclive al exabrupto y a la intransigencia. Siempre,
absolutamente siempre, están cuando los necesitas y no precisan más
agradecimiento que su propia satisfacción por haberse sentidos útiles. Machadianos
conversos y confesos buscando a Dios a salto de mata y a golpes de verdadera
amistad. Versos sueltos y necesarios dentro del poemario de la vida y sus
circunstancias. Un día, un triste día, se marcharán como llegaron: sin molestar
ni hacer ruido. Por estas tierras los
conocemos como la “Buena Gente” y al
dejarnos huérfanos de su presencia un día, como tantos y como todos,
descansarán bajo la tierra. Recordarlos no es solamente un gesto de gratitud
sino un pleno convencimiento de que, con ellos, la vida tomó cartas de
naturaleza. Esa “Buena Gente” que nos
libera de nuestras miserias y mezquindades. Ayer, familiares y amigos, le dimos
cristiana sepultura a uno de ellos. Se llamaba Manuel y, como en la canción de Serrat,
nació en España.
Juan Luis Franco – Miércoles Día 20 de Enero del 2016
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