Se vaciaron de los bolsillos las falsas monedas que de mano en mano van y
ninguno se las queda. Cubrieron las farolas de esquinas de acero con el negro manto de la
pena amarga. Rieron por no llorar y lloraron para que la risa no los partiera
por la mitad. Buscaron a ciegas las amorosas manos de las madres perdidas en
brazos de la orfandad. Convocaron a la luz y se descorrieron las cortinas del
Templo de Salomón. Buscaron a las musas por entre los Jardines del Edén y se
quedaron colgados de las enredaderas. Llamaron Poesía al llanto del rocío
mañanero y Música al aire silbando por entre los olivos. Llenaron las urnas de
sobres vacíos y las botellas de las tabernas con mosto y lágrimas de sal.
Guardaron los fusiles en las armerías y tiraron las llaves al mar sediento de
peces y barcos. Buscaron a Dios clamando en los desiertos y al final lo
encontraron por la Plaza
de San Lorenzo. Gastaron la misma piedra de tropezar con ella una y mil veces.
Pasaron de puntillas por las sacristías para no interrumpir el profundo sueño
de los sacristanes. Fueron orillas de playas desiertas donde siempre arriban los náufragos del
desamor. Soñaron con el amor de los amores y se despertaron llorando. Pararon
un momento para, con los pañuelos de encajes de sus abuelas, decirle adiós por
última vez a la Torre Grande.
Rezaron una canción y cantaron una oración. Vinieron para quedarse y al final
se terminaron marchando. Almas errantes en busca de los paraísos perdidos.
Juan Luis Franco –
Viernes Día 15 de Enero del 2016
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