“Acuérdate cuando entonces
bajabas descalza a abrirme
y ahora ya no me conoces”
A ciertas edades y por esos misterios de nuestra capacidad sensitiva
nuestra memoria se nos vuelve simétrica y compasiva. Tendemos a recordar los episodios más gratos
de nuestro pasado y siempre se encuentra para los menos gratos una especie de
fórmula exculpatoria (me refiero a nuestras actitudes y comportamientos y no a
los avatares ajenos a nosotros). Nuestro “balance” existencial siempre nos dice
que éramos plenamente conscientes de nuestros aciertos y algo distraídos con
nuestros errores. Cuando con los años la
vida todavía, en lo físico y lo mental, no te ha pasado su inapelable factura
lo verdaderamente importante siempre serán los días que nos queden por
vivir. El “ayer” con sus cosas buenas,
regulares y malas ya se nos presenta como algo inapelable. Recordamos con cariño a personas que nos
dejaron para siempre. Las mismas representaron un fuerte componente de nuestro
espacio sentimental y sin ellas, a que negarlo, las cosas ya nunca fueron
igual. No lo hacemos desde la melancolía
de los paraísos perdidos sino más bien desde la gratificante sensación de haber
podido compartir con ellas un tiempo de nuestra existencia. Vemos fotos antiguas que, más que herirnos en
el epicentro de nuestras emociones, nos reconfortan y anidan la esperanza de
que el reencuentro que proclama nuestra fe se haga efectivo. Vivir “con” el pasado es legítimo y nos ayuda
a afrontar nuevos retos con esperanza e ilusiones. Somos de donde venimos y
nunca hacia donde vamos. Vivir “del” pasado es el camino más corto para
instalarnos definitivamente en la
Estación de la desesperanza y la melancolía. Cuando te encuentras a algún viejo amigo y de
manera permanente te suelta el latiguillo de “te acuerdas de cuando….” ya sabes
que, irremediablemente, estás ante alguien que ha renunciado a vivir el
presente desechando la esperanza de que lo mejor esté por llegarle (una de la
mejores experiencias de mi vida la tuve cuando nació mi primer nieto. Sesenta y
dos años de mi existencia me contemplaban). No podemos supeditarlo todo a recordar
lo que fuimos y nunca a discernir lo que ahora somos. La memoria tiene muchas
trampas y es mejor no poner cepos en algunas madrigueras. Es sabia y por tanto
siempre se nos muestra selectiva. Atrapamos en nuestra mente los buenos
momentos para que todo al final tenga sentido. Mejor que don Antonio (Machado) no lo dijo
nunca nadie….”Todo pasa y todo queda /
pero lo nuestro es pasar / pasar haciendo caminos / caminos sobre la mar”.
Juan Luis Franco – Miércoles Día 17 de Junio del 2015
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