Sinceramente, existen situaciones que no solo reclaman mi atención sino
que consiguen convencerme de que la manera que tienen de relacionarse las
personas no conoce límites ni fronteras. Joaquín
es un vecino de esta Barriada donde paso los días y, fundamentalmente, las
noches. Le tengo aprecio por ser un
hombre cabal en un mundo de falsos figurones.
Soy plenamente consciente de que me aprecia y valora considerablemente
(posiblemente en exceso) y lo conozco desde hace no menos de treinta años. Debe rondar los setenta y cinco años de edad
y su estado físico y mental es un canto a la excelencia. Casado con Dolorcita que, si acaso, mejora en el
ranking de buenas personas al bueno de Joaquín. Tienen dos hijos trabajando en Barcelona y con cierta frecuencia se
marchan unos días a la Ciudad Condal para ver a sus
nietos. Comparten casi todo con una vecina llamada Mercedita a la que consideran como de su propia familia. Esta mujer que, dicho sea de paso, está
todavía de muy buen ver enviudó hace cosa de diez años. No tiene hijos y se
agarra sentimentalmente a la proa y a la popa que cariñosamente les ofrecen sus
vecinos Joaquín y Dolorcita. Verlos juntos a los tres ya
forma parte de la cotidianidad de la Barriada.
A Dolorcita le da
mucha pena la soledad que padece Mercedita
y el matrimonio les cubre todas sus necesidades afectivas (en estas se
incluye el que Joaquín, con la
aprobación de su santa esposa, le pase de vez en cuando la ITV a la buena -en todos los
sentidos dicho sea de paso- de Mercedita). Han formado un triángulo sentimental donde
todo queda supeditado a la verdad de los afectos verdaderos. Joaquín tiene a
dos mujeres pendientes de él y les corresponde cuidándolas y queriéndolas (lo
cantaba magistralmente Antonio Machín:
“Ahora puedes tú saber como se pueden
querer dos mujeres a la vez y no estar
loco”). A primeros de cada mes de junio se marchan los tres a disfrutar de
un pisito que tienen en Chipiona y ya
no retornan a Sevilla hasta después de la salida de la Virgen de Regla. Dejan a los criticones de la Barriada sin distracción
y pasean en el verano por la tierra de Rocío
Jurado su triangulo sentimental. El Triángulo
de la bermuda. La misma floreada que
se pone Joaquín para bajar a la playa chipionera cada mañana con sus dos
mujeres. Uno, dos y tres como los tres
mosqueteros. Todas para uno y uno para todas. ¿Quién dijo que no existen
parejas de tres? Son felices y, a que
dudarlo, pocas cosas dan más sentido a la existencia humana. Joaquín,
Dolorcita y Mercedita: el Triángulo de la bermuda.
Juan Luis Franco – Viernes Día 26 de Junio del 2015
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