Los recientes y sangrientos
sucesos acaecidos en el París de radiantes amaneceres y tardes-noches de luces
de neón y esquinas con farolas en penumbras (donde el amor y la Literatura siempre alcanzaron
sus máximos esplendores) han hecho temblar los cimientos de las sociedades
occidentales. Unos fanáticos que
utilizan a “su Dios particular” para verter su sinrazón y su odio visceral
contra sus inocentes victimas. Nada
nuevo bajo el sol pues un repaso somero a la Historia de la Humanidad nos muestra
sin reservas que la misma es un reguero inacabado de barbaries de todo tipo y
condición. La gran Guerra interminable,
excusadas en falsas y perversas religiones, fragmentada en cientos de guerras
donde la maldad más infinita y los instintos más criminales y perversos siempre
estuvieron –y están- prestos para actuar.
En París han muertos vilmente asesinadas muchas personas (no pocas de
ellas jóvenes) por el simple delito de estar sentadas en una terraza tomando
placenteramente una copa o asistiendo gozosas a un concierto en una Sala
(afortunadamente les falló la masacre que tenían programada en el Estadio de
fútbol). Personas, en definitiva, que tuvieron la mala suerte de ponerse en el
punto de mira de esta pandilla de asesinos integrales. Intentar razonar con los fanáticos siempre
resultó una supina estupidez y tratar de comprender las razones de sus
criminales actos lo es más todavía. Aparte de asistir a necesarias
concentraciones de repulsa y guardar respetuosos minutos de silencio la Libertad y la Democracia también se
defienden con todos los elementos de fuerza que las sociedades occidentales
disponen. Esta pandilla de descerebrados
asesinos nos han declarado la
Guerra a todas la personas decentes (empezando, no lo
olvidemos, por la mayoría de los islamistas que con sus posturas conciliadoras
y razonables no les siguen el juego) y bien haremos en defendernos con todas
las armas de un Estado de Derecho. Han llegado para quedarse y conviven entre
–y con- nosotros a la espera de sorprendernos con sus zarpas. Quieren que
vivamos con el miedo en el cuerpo y de esta forma sentirse satisfechos de haber
conseguido plenamente sus objetivos: la implantación del terror. Pretenden mandar en nuestras vidas y que
caminemos por las calles mirando de reojo por las esquinas. Me temo que nos
quedarán todavía por vivir algunos episodios más como el ocurrido recientemente
en París. Luchemos junto a nuestras autoridades elegidas democráticamente para
vencer a esta pandilla de desalmados. No hacerlo sería como darles a ellos la
satisfacción de su victoria y para nosotros la eterna amargura de nuestra
derrota. Vivir de rodillas, no lo
olvidemos, nunca fue vivir de verdad.
Juan Luis Franco – Martes Día
17 de Noviembre del 2015
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