Cada mañana viajamos con el
pensamiento y llevamos flores a la tumba de Elvis para que su recuerdo sea
firme y donde quiera que esté sepa que lo seguimos venerando. Escuchamos con
devoción sus canciones a diario y conseguimos con su música que el tiempo se
detenga. Enredaderas de cristal opaco atadas a los años perdidos. Su magia nos
atrapó haciéndonos soñar cuanto todo era pura pesadilla. El mago de Tupelo,
Mississipi, habita entre nosotros como fiel testimonio de un tiempo, sin tiempo
ni medida, llamado juventud del divino tesoro. Los hijos del agobio liberados
por baladas de luna llena y trepidantes rock para los huérfanos de soñadas
verdades y ahítos de cuentos y mentiras. Elvis fue –y era- Rey de un reinado de
besos y caricias donde el amor era (es) de obligado cumplimiento. Su magia nos
atrapó haciéndonos soñar cuanto todo era pura pesadilla. Nos impregnó en los
tuétanos la eterna juventud y por eso siempre, absolutamente siempre, le
rendiremos pleitesía. Llegó para quedarse instalado en los corazones que se
resisten a envejecer. Love Me Tender para el resto de nuestras vidas.
Juan Luis Franco – Miércoles Día 25 de Noviembre del 2015
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