Las estadísticas nos dicen que no menos del treinta por ciento de los
españoles viven solos (en Inglaterra llegan al cuarenta por ciento). De ese treinta por ciento un diez lo hace
motivado por una serie de circunstancias personales que lo han llevado a la
soledad de cuerpos y posiblemente también de almas. El veinte por ciento
restante lo hace mediante un acto de propia voluntad (entiendo que tras una
profunda y serena reflexión). El “personal” que se mete hasta en los charcos no
termina de comprender que una es cosa es vivir solo/a y otra bien distinta es
estar solo/a. La figura de la persona
que vive sola (sobre todo si es relativamente joven) está sometida a sospecha
permanentemente y con un perfil prefabricado donde predomina la insidia y los falsos parámetros sociales
establecidos. Creen que las personas que
viven solas son gente huraña, antipática, egocéntrica, asócial y que se llevan
todo el santo día empastillados y hablando con los muebles. No terminan de comprender que hay quien
comparte techo con tres o cuatro familiares y padece la soledad más absoluta.
Cada uno es muy libre de buscar la forma de vida que considere más placentera. La
soledad de soledades no se evita tan solo enmarañada en una cuestión de
espacio-compañía sino de tiempo-sentimientos. Estamos instalados en una
Sociedad hipócrita y superficial donde los raseros para medir a los demás
siempre los ponemos utilizando los nuestros. No existe una situación perfecta
donde el ser humano pueda desarrollarse y expresarse con absoluta libertad.
Tenemos en nuestros genes una tradición inquisidora y cualquier ocasión es
buena para sacarla de paseo. Al final,
para que engañarnos, la vida termina por demostrarnos que todos estamos solos
ante el peligro.
Juan Luis Franco – Viernes Día 6 de Noviembre del 2015
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