Comparto vivienda dentro de un Bloque de 9 plantas (36 pisos) con el añadido de cuatro
locales comerciales. Con la mayoría de
los vecinos me relaciono a través de los saludos de rigor al tomar el ascensor,
en alguna reunión de comunidad o en algún breve encuentro callejero. Los Bloques de pisos, para lo bueno y lo
malo, son una forma de vida donde prima el individualismo y la falta de
sociabilidad. Tengo una cierta relación afectiva con siete u ocho vecinos de
los llamados “antiguos del Bloque”.
Afortunadamente aquí todo gira en torno a las buenas costumbres y, a que
negarlo, vivir bajo estas premisas me resulta bastante agradable. Los que bien me conocen saben que la gran
ilusión de mi vida hubiera sido terminar mis días allí donde transcurrió mi
infancia y juventud pero, al final, las circunstancias imponen su férreo
dominio. Por mi inveterada curiosidad recuerdo a un vecino que consiguió llamar
poderosamente mi atención. Este hombre
ya algo mayor, de aspecto muy pulcro y de extremada educación, vivía solo y
poco más ofrecía que los saludos protocolarios que marcan las reglas del
civismo. Sobre las ocho de la mañana
solía bajar en chándal y daba un largo paseo por el parque aledaño. Luego antes
de cambiarse de ropa subía a su casa y bajaba con un pincho y una gran bolsa
recogiendo todos los desperdicios que la gente tiraba en los aledaños del Bloque. Después depositaba la bolsa en
un contenedor y desaparecía del mapa.
Vivió entre nosotros unos tres años y un día desapareció tan fugaz como
nos llegó. Su buzón de comunidad solo tenía el nombre del piso y ninguna
alusión a la persona que lo ocupaba.
Nadie sabía como se llamaba y los vecinos de su planta me dijeron un día
que dentro del piso se escuchaba una “música
muy rara” (música de jazz para
entendernos). De tarde en tarde lo visitaba una muchacha joven tan hermética como
la persona a la que iba a ver. ¿Quién
era este hombre? ¿De donde vino y hacia
donde se fue? Preguntas que no nacen del
chismorreo sino de la curiosidad por desentrañar los vericuetos del alma
humana. Por esas casualidades que la vida nos depara un Lunes Santo lo vi en la cola del besamanos del Señor de Sevilla. Estaba acompañado de la muchacha que lo
visitaba y de una niña de unos diez años de edad. Cuando se percató de mi
presencia se acercó a saludarme cortésmente y se reincorporó a la fila.
Extraños unidos en la Plaza de San Lorenzo. La vida creando y despejando incógnitas.
Juan Luis Franco – Miércoles Día 24 de Mayo del 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario