miércoles, 24 de mayo de 2017

Extraños en un Bloque






Comparto vivienda dentro de un Bloque de 9 plantas (36 pisos) con el añadido de cuatro locales comerciales.  Con la mayoría de los vecinos me relaciono a través de los saludos de rigor al tomar el ascensor, en alguna reunión de comunidad o en algún breve encuentro callejero. Los Bloques de pisos, para lo bueno y lo malo, son una forma de vida donde prima el individualismo y la falta de sociabilidad. Tengo una cierta relación afectiva con siete u ocho vecinos de los llamados “antiguos del Bloque”.  Afortunadamente aquí todo gira en torno a las buenas costumbres y, a que negarlo, vivir bajo estas premisas me resulta bastante agradable.  Los que bien me conocen saben que la gran ilusión de mi vida hubiera sido terminar mis días allí donde transcurrió mi infancia y juventud pero, al final, las circunstancias imponen su férreo dominio. Por mi inveterada curiosidad recuerdo a un vecino que consiguió llamar poderosamente mi atención.  Este hombre ya algo mayor, de aspecto muy pulcro y de extremada educación, vivía solo y poco más ofrecía que los saludos protocolarios que marcan las reglas del civismo.  Sobre las ocho de la mañana solía bajar en chándal y daba un largo paseo por el parque aledaño. Luego antes de cambiarse de ropa subía a su casa y bajaba con un pincho y una gran bolsa recogiendo todos los desperdicios que la gente tiraba en los aledaños del Bloque. Después depositaba la bolsa en un contenedor y desaparecía del mapa.  Vivió entre nosotros unos tres años y un día desapareció tan fugaz como nos llegó. Su buzón de comunidad solo tenía el nombre del piso y ninguna alusión a la persona que lo ocupaba.  Nadie sabía como se llamaba y los vecinos de su planta me dijeron un día que dentro del piso se escuchaba una “música muy rara” (música de jazz para entendernos). De tarde en tarde lo visitaba una muchacha joven tan hermética como la persona a la que iba a ver.  ¿Quién era este hombre?  ¿De donde vino y hacia donde se fue?  Preguntas que no nacen del chismorreo sino de la curiosidad por desentrañar los vericuetos del alma humana. Por esas casualidades que la vida nos depara un Lunes Santo lo vi en la cola del besamanos del Señor de Sevilla.  Estaba acompañado de la muchacha que lo visitaba y de una niña de unos diez años de edad. Cuando se percató de mi presencia se acercó a saludarme cortésmente y se reincorporó a la fila. Extraños unidos en la Plaza de San Lorenzo.  La vida creando y despejando incógnitas.





Juan Luis Franco – Miércoles Día 24 de Mayo del 2017



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