Lo vi pasar mientras me tomaba una cerveza en esa Capilla Sixtina cervecera sevillana que responde al nombre de Casa Coronado y que está ubicada en
plena Puerta de la Carne. Vestía una
indumentaria veraniega compuesta de un pantalón blanco, una camisa celeste que
llevaba por fuera y unos mocasines azules de paño. Portaba en su mano derecha
un móvil a la espera de llamadas que ya difícilmente se van a producir. Lo noté
con aspecto cansado, lentos andares y semblante meditativo. Lo fue todo en su
partido y hoy es un verso suelto e incomodo olvidado en el cajón de la mesa de
algunos de sus más aventajados/as alumnos/as. Fue un dadivoso conseguidor allí
donde solía moverse tanto política como personalmente. Una especie de Rey Mago
subido a una carroza que siempre se movía al compás de los dineros públicos.
Era uno de los más firmes puntales en una especie de pirámide burocrática-política
donde, prioritariamente, se beneficiaba a aquellos que eran de la misma cuerda.
Imagino que por su andante recorrido venía de la cercana Diputación
Provincial. Ahora es una especie de proscrito y habrá comprobado como se
pasa de entrar en los despachos sin llamar a que no te abran ni incluso
llamando insistentemente. Ha dejado el partido un par de minutos antes de que
el partido lo dejara a él. Es, a que negarlo, el “malo” que siempre se necesita
para que funcione cualquier trama. Me entraron ganas de decirle cuando pasaba a
mi lado si quería una cerveza. La misma que le ofrecían a granel muchos de los
grupos que allí paran procedente de los pueblos cercanos. Ahora ya ni le
saludan al pasar y está comprobando en sus carnes lo molesto que resulta el
abrazo del oso en verano. Debo reconocer
que las pocas veces que lo traté me dio la sensación de ser una persona
cercana, afable e inteligente. Ahora es alguien que molesta a algunos hasta
cuando ven pasar su sombra. A diferencia de los demás a él no se le reconoce
siquiera el beneficio de la duda. Ahora,
sus alumnos/as políticos más brillantes, ya están en otra onda y cuando de
manera obligada se refieren a él ni lo citan por su nombre. Ha pasado de
tutearle en el partido a llamarse “ese señor”. Nunca me gustó hacer leña del
árbol caído ni mostrarme inmisericorde con los vencidos. Serán los juzgados
quienes tengan la última palabra sobre las andanzas de él y sus compañeros de
viaje. Puede que no hubiera estado mal invitarlo a una cerveza y de paso
decirle que no hay mal que dure cien años ni expolio que lo resista. Era uno más y no, como ahora pretenden
convencernos, uno menos. La soledad del
corredor con los fondos (públicos).
Juan Luis franco – Lunes Día 21 de Septiembre del 2015
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