La definición que, en su introducción, hace Wikipedia sobre el anticlericalismo dice: “Es un movimiento histórico contrario al clericalismo, es decir, a las
influencias de las instituciones religiosas en los asuntos políticos o en la
sociedad, ya sea este real o una presunción”. Se decía hace ya algunos años
que España era un país donde la gente
siempre iba detrás de los curas: unas veces con velas y otras con palos. Parecía
que con la llegada de la
Democracia y la consiguiente separación Iglesia-Estado las
cosas alcanzarían el camino de la racionalidad. Nuestros gozo en un pozo. Ahora
con la irrupción en la vida política y social española de esto que llaman
“fuerzas emergentes” de nuevo vuelve a aparecer, en su versión más cutre, el
anticlericalismo. En lo que a Sevilla se refiere empiezan a
molestarles el sonido de las campanas, los ensayos de las bandas de cornetas y
tambores y todo aquello que les huela a incienso (aparte de, en un ejercicio de
suma intransigencia, llamar “muñecos” a imágenes devocionales). Nada tendríamos
que objetar, más bien todo lo contrario, de que la sociedad española se logre
articular social y políticamente a través de los distintos posicionamientos
ideológicos, sociales y/o culturales en ella existentes (en eso consiste una
verdadera Democracia). No se es mejor (o
peor) persona tan solo por asistir a misa diaria y, tampoco, te conviertes de
un plumazo en buena (o mala) gente por reciclarte en un Bakunin de andar por casa. En mis lejanos años juveniles me
consideraba un firme militante del agnosticismo (aquellos que ni creen ni
descreen de la existencia de Dios). Impregnado de los ardores revolucionarios
de la juventud estaba plenamente convencido de que el contumaz
nacional-catolicismo era un elemento ideológico (de dominación) al que había
que combatir desde todas las formas posibles. Ahora mis posicionamientos de
persona con muchos años vividos a las espaldas se mueven más en las más
elementales necesidades de convivencia (con los demás y con uno mismo). Tan
solo respetando las ideas de los demás (salvo las de corte fundamentalista) estará uno legitimado para exigir que se
respeten las suyas. Vivimos en una sociedad de cartón piedra donde prevalece la
forma sobre el fondo de las cosas. La eterna cuestión de marginar a los
librepensadores. La España ancestral que
de cuando en cuando adopta, artificialmente, nuevas formas para que nada cambie
y todo siga igual. Llegan los
anticlericales que, en no pocas ocasiones, manejan un discurso tan reaccionario
como el de los clericales al uso. España,
la eterna España.
Juan Luis Franco – Domingo Día 27 de Septiembre del 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario