domingo, 27 de septiembre de 2015

Anticlericales





La definición que, en su introducción, hace Wikipedia sobre el anticlericalismo dice: “Es un movimiento histórico contrario al clericalismo, es decir, a las influencias de las instituciones religiosas en los asuntos políticos o en la sociedad, ya sea este real o una presunción”. Se decía hace ya algunos años que España era un país donde la gente siempre iba detrás de los curas: unas veces con velas y otras con palos. Parecía que con la llegada de la Democracia y la consiguiente separación Iglesia-Estado las cosas alcanzarían el camino de la racionalidad. Nuestros gozo en un pozo. Ahora con la irrupción en la vida política y social española de esto que llaman “fuerzas emergentes” de nuevo vuelve a aparecer, en su versión más cutre, el anticlericalismo.  En lo que a Sevilla se refiere empiezan a molestarles el sonido de las campanas, los ensayos de las bandas de cornetas y tambores y todo aquello que les huela a incienso (aparte de, en un ejercicio de suma intransigencia, llamar “muñecos” a imágenes devocionales). Nada tendríamos que objetar, más bien todo lo contrario, de que la sociedad española se logre articular social y políticamente a través de los distintos posicionamientos ideológicos, sociales y/o culturales en ella existentes (en eso consiste una verdadera Democracia).  No se es mejor (o peor) persona tan solo por asistir a misa diaria y, tampoco, te conviertes de un plumazo en buena (o mala) gente por reciclarte en un Bakunin de andar por casa. En mis lejanos años juveniles me consideraba un firme militante del agnosticismo (aquellos que ni creen ni descreen de la existencia de Dios). Impregnado de los ardores revolucionarios de la juventud estaba plenamente convencido de que el contumaz nacional-catolicismo era un elemento ideológico (de dominación) al que había que combatir desde todas las formas posibles. Ahora mis posicionamientos de persona con muchos años vividos a las espaldas se mueven más en las más elementales necesidades de convivencia (con los demás y con uno mismo). Tan solo respetando las ideas de los demás (salvo las de corte fundamentalista)  estará uno legitimado para exigir que se respeten las suyas. Vivimos en una sociedad de cartón piedra donde prevalece la forma sobre el fondo de las cosas. La eterna cuestión de marginar a los librepensadores. La España ancestral que de cuando en cuando adopta, artificialmente, nuevas formas para que nada cambie y todo siga igual.  Llegan los anticlericales que, en no pocas ocasiones, manejan un discurso tan reaccionario como el de los clericales al uso. España, la eterna España.


Juan Luis Franco – Domingo Día 27 de Septiembre del 2015

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