Se cumplen ya cuatro siglos,
cuatrocientos años, desde que Juan Martínez Montañés le pidiera prestada al
Sumo Hacedor su gubia divina para esculpir al Señor de la Pasión. Lleva,
como el que si quiere la cosa, cuatro siglos entre nosotros. Tuvo un periplo
por conventos e iglesias hasta desembocar, como los ríos hacen con la mar, en su
sitio natural: la Iglesia Colegial
del Divino Salvador. Allí, entre penumbras y luces multicolores que se cuelan
por las vidrieras para rendirle pleitesía, se cierra el círculo perfecto:
Salvador, Amor y Pasión. Sale a la calle, si el tiempo y el Meteorólogo Mayor
–su Padre- lo permite, cuando el atardecer del Jueves Santo se va alejando por
la cornisa del Aljarafe para dar entrada a la luz que, en la eterna madrugada
sevillana, se presiente entre un Arco y un Puente. Cuentan que un arzobispo
(Antonio Despuig) después de rezar largo tiempo a sus plantas dijo: “El único
defecto que tiene es que solo le falta respirar”. Quien lo hizo dicen que
cuando lo veía en la calle dudaba de que aquel
portento fuera obra suya. Camina despacio y encorvado por el peso de la
cruz y su trono de plata es un santuario que lo eleva por entre la gente al
cielo de la Ciudad. Lo
ven pasar en profundo silencio como si pasara alguien cercano y misericordioso
que a la par que marca su destino también lo hace con el de todos nosotros.
Viéndolo el creyente reafirma su fe y el agnóstico duda de que como puede
existir Pasión sin haber un Dios en los cielos. Nadie, ante su presencia, puede
quedar indiferente. Se nutre del dolor ajeno y, a través de su rostro, lo
devuelve reflexivo, hondo, bondadoso e interiorizado. Algunos quieren ver en su
cara la huella de la mansedumbre cuando no es más que una manera franciscana y
mercedaria de asumir con nobleza lo inevitable. Un día llevé a su Capilla a un
amigo madrileño de sentires flamencos para que lo viera sin prisas en las
distancias cortas. Era un creyente en
horas bajas (lamentablemente ya no está con nosotros) pero al salir me dijo
algo que me conmovió: “Créeme querido amigo que ha sido una de las experiencias
espirituales y reflexivas más fuerte que
he tenido nunca. Pasión lleva a Dios en la cara y a la vida en las manos”. Fran
Silva, su Capiller, es quien mejor ha sabido expresar la grandeza de Pasión en
imágenes. Pasa tantas horas a su lado
que ya no sabe quien de los dos hace clic en su máquina de fotos. Cuatro siglos
de amor eterno entre una Ciudad que se ennoblece en sus tradiciones y una
Imagen cumbre de la imaginería de todo el orbe cristiano. Cuatro siglos,
cuatrocientos años de la llegada a Sevilla de Pasión. Llegó, para mayor gloria
de la Ciudad,
con la intención de quedarse para siempre entre nosotros. Ser sevillano/a y no
verlo debía considerarse pecado. Es Pasión y recibe todos los días del año en
su Capilla de la Iglesia del Salvador. Han pasado ya cuatrocientos años: cuatro
siglos sevillanos.
Juan Luis Franco – Lunes Día 28 de Septiembre del 2015
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