“Yo no me he muerto de pena
porque no supe sentir
a mi corto entendimiento
le agradezco yo el vivir”
- Soleá de Morente -
Los flamencos quieren volver
sobre los pasos que dejaron sus ancestros marcados en la arena mojada de las playas
andaluzas. La luna se pone cada noche por Badajoz las gafas y el clavel del
Marqués de Porrinas. En la Puebla de Cazalla se reúnen
cada mes de julio gente del Arte Jondo en busca del Arca perdida del
Flamenco. Por Triana las lágrimas de
cristal de una virgen se evaporan al conjuro de la Soleá de los alfareros. En la Utrera de dulces
celestiales y cantes de rompe y rasga Fernanda y Bernarda arañan los corazones al conjuro del cante por
derecho. Federico, Enrique y Frasquito Yerbabuena abren los Jardines del
Generalife con la llave que, en la
Ciudad más bonita del mundo, se dejó un día el Rey moro
destrozado por el llanto amargo. En la
Cádiz de la salada claridad llueven pétalos de flores por el
barrio de La Viña
para rendir pleitesía al Arte en todo su esplendor. Las columnas de la Alameda sevillana muestran
el crisol del mejor cante mojado con la manzanilla de las cañeras de las Siete
Puertas. Por Bajo de Guía José Manuel Caballero Bonald piensa y sueña sobre el
folio en blanco adormecido por la mágica sonanta de Manolo Sanlúcar y el cante
de Encarnación “La Sallago”.
Tras un Arco, la más Guapa entre las guapas, sueña con la emoción que
desprenden los fandangos del Carbonerillo. Joaquín el de la Paula, apoyado en su bastón,
sube y baja al Castillo de Alcalá a golpes de tercios por Soleá. Dicen que en
la calle Nueva, allá por Jerez, hay un almacén donde se vendía azúcar, manteca
y café y…el mejor Flamenco parido y amamantado en Andalucía. Desde la tierra de los Alcores nos llegan
olores a dulces naranjas y a cantes de fraguas de la inigualable saga cantaora
de los Mairena. El Hijo de Dios más sevillano de todos refleja en su rostro
cuanto de verdad encierra el Arte Jondo. Los vareadores de los olivos se cubren
sus cabezas con pañuelos de cuatro nudos mientras entre las ramas se desgranan
los cantes de Trilla. Llegan los flamencos por las veredas andaluzas ahítos de
gozos y penas. Pasan orgullosos sin mirar siquiera a los “señoritos” que
sonrientes les muestran sus billeteras en las puertas de los colmaos. Van y
vienen; vienen y van. Noches flamencas de blanco satén bajo el influjo de la
luna lunera lorquiana. Llegan, pasan y
al final siempre se pierden por la lejanía. Son, somos, los flamencos.
Juan Luis Franco – Miércoles Día 16 de Septiembre del 2015
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