miércoles, 16 de septiembre de 2015

Flamencos





“Yo no me he muerto de pena
porque no supe sentir
a mi corto entendimiento
le agradezco yo el vivir”
- Soleá de Morente -

Los flamencos quieren volver sobre los pasos que dejaron sus ancestros marcados en la arena mojada de las playas andaluzas. La luna se pone cada noche por Badajoz las gafas y el clavel del Marqués de Porrinas.  En la Puebla de Cazalla se reúnen cada mes de julio gente del Arte Jondo en busca del Arca perdida del Flamenco.  Por Triana las lágrimas de cristal de una virgen se evaporan al conjuro de la Soleá de los alfareros. En la Utrera de dulces celestiales y cantes de rompe y rasga Fernanda y Bernarda arañan  los corazones al conjuro del cante por derecho. Federico, Enrique y Frasquito Yerbabuena abren los Jardines del Generalife con la llave que, en la Ciudad más bonita del mundo, se dejó un día el Rey moro destrozado por el llanto amargo. En la Cádiz de la salada claridad llueven pétalos de flores por el barrio de La Viña para rendir pleitesía al Arte en todo su esplendor. Las columnas de la Alameda sevillana muestran el crisol del mejor cante mojado con la manzanilla de las cañeras de las Siete Puertas. Por Bajo de Guía José Manuel Caballero Bonald piensa y sueña sobre el folio en blanco adormecido por la mágica sonanta de Manolo Sanlúcar y el cante de Encarnación “La Sallago”. Tras un Arco, la más Guapa entre las guapas, sueña con la emoción que desprenden los fandangos del Carbonerillo. Joaquín el de la Paula, apoyado en su bastón, sube y baja al Castillo de Alcalá a golpes de tercios por Soleá. Dicen que en la calle Nueva, allá por Jerez, hay un almacén donde se vendía azúcar, manteca y café y…el mejor Flamenco parido y amamantado en Andalucía.  Desde la tierra de los Alcores nos llegan olores a dulces naranjas y a cantes de fraguas de la inigualable saga cantaora de los Mairena. El Hijo de Dios más sevillano de todos refleja en su rostro cuanto de verdad encierra el Arte Jondo. Los vareadores de los olivos se cubren sus cabezas con pañuelos de cuatro nudos mientras entre las ramas se desgranan los cantes de Trilla. Llegan los flamencos por las veredas andaluzas ahítos de gozos y penas. Pasan orgullosos sin mirar siquiera a los “señoritos” que sonrientes les muestran sus billeteras en las puertas de los colmaos. Van y vienen; vienen y van. Noches flamencas de blanco satén bajo el influjo de la luna lunera lorquiana.  Llegan, pasan y al final siempre se pierden por la lejanía. Son, somos, los flamencos.


Juan Luis Franco – Miércoles Día 16 de Septiembre del 2015

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