- Hijo, ya va siendo hora de que te busques a una mujer.
- No me hace falta mamá, me busco una cada noche.
(Joe Pesci- “Uno de los nuestros”)
El recordado Antonio Machín cantaba en los años cuarenta una canción titulada “Corazón loco”. Argumentaba en la misma aquello de: “como se puede querer dos mujeres a la vez y no estar loco”. Nos decía en este bolero –y conseguía convencer al personal- que una esposa y una amante –siempre colocadas en sus justos términos- son perfectamente compatibles. Seguía desgranando su canción el cubano-hispano-sevillano y nos aclaraba que: “una es el amor sagrado, compañera de mi vida, esposa y madre a la vez” y, la otra, “es el amor prohibido, complemento de mi alma y a quien no renunciaré”. El gran Machín terminaba la canción apostillando: “y ahora ya puedes saber como se pueden querer dos mujeres a la vez y no estar loco”. Una autentica apología de la doble moral reinante ayer, hoy y mañana pero, así, dicha sin tapujos y a cara descubierta. Imaginad si esta canción la canta Estela Raval la de los Cinco Latinos pero variando el sexo destinatario del mensaje. Por ejemplo: “uno es el amor sagrado…… esposo y padre a la vez”; “otro es el amor prohibido (el tendero por más señas) y a quien no renunciaré”. Difícilmente la censura imperante hubiera permitido aquel dispendio de adulterio y puterío. Nunca olvidemos que un hombre público era una persona relevante y de alta consideración social, mientras que una mujer pública se decía que era un pedazo de putón verbenero.
He conocido a lo largo de mi vida casos de convivencia amorosa de un equilibrio sentimental verdaderamente increíbles. Esto entiendo que solo era posible con la connivencia y complicidad de los tres actores de estas películas sentimentales. Hombres que convivieron de manera armoniosa toda su existencia con su santa esposa y lo que entonces se conocía como “la quería”. Conocí incluso un caso en mi juventud de un vecino que veraneaba en Chipiona junto con su cónyuge, sus tres niños, su suegra y la “tata” (que todo el barrio sabía que era su amante). Los niños estaban locos con los regalos permanentes de “la tata”. La esposa la tenía en un pedestal (sobre todo porque les pagaba entero el alquiler del piso en Chipiona). La suegra había encontrado una aliada perfecta para criticar ferozmente a su yerno. Él, ya ni les cuento, como se lo pasaría el muy tunante y, “la tata”, pienso que aprovecharía alguna salida colectiva del Libro de Familia, para poner al “maromo” mirando para el Faro de Chipiona. Lo que entendí –y sobre todo aprendí- de esta historia amorosa es: ¿había alguien infeliz en la misma? Me dio siempre la impresión de que aquí todo el mundo se sentía satisfecho en alguna medida. Seguro que este “tío” pensaba que el “Corazón loco” de Machín la habían escrito pensando en él. Insisto: cambien el sexo de la historia y ya podemos imaginarnos como hubieran saltado todos los resortes morales y sociales de la Sociedad de aquella época.
Nunca hubiera podido pertenecer al club del “Corazón loco” por dos razones fundamentales. A saber: primera, por un estricto sentido ético de la relaciones de pareja (no le hagas a la otra parte lo que no que te gustaría que te hicieran a ti) y dos, por pertenecer al clan de los sumamente despistados y por ende incapaz de construir ninguna mentira con posibilidades de que prospere. Me llevaría todo el santo día diciéndole Loli a Carmen y al revés. Tanto iría el cántaro a la fuente que al final me lo romperían en la cabeza.
Que cada uno se lo monte como pueda o le dejen. Yo nunca he fiscalizado la vida de nadie –y menos la de mis amigos- siempre que esta discurra por los caminos de la decencia, la bondad y la solidaridad. Sus vidas amorosas les pertenecen a ellos y a sus parejas y poco importa lo que opinemos los demás. La vida y las relaciones entre las personas –sobre todo las pasionales- son de una complejidad tremenda y cada casa –caso- es un mundo. Posiblemente la serpiente, que al tentarlo, consiguió sacar a Adán del Paraíso fuera “la quería” camuflada de reptil, para que Eva la “parienta” no se percatará del “mamoneo” que se traían entre manos (y nunca mejor dicho). Creo sinceramente que ahí ya arrancaron los amores a tres bandas.