Los últimos cuarenta años de vida comercial sevillana han visto como
cerraban un buen número de comercios tradicionales de la Ciudad. Negocios , en muchos casos
familiares, que arrastraban un montón de años de actividad y que formaban parte
de nuestra memoria y cultura sentimental. El tiempo va cambiando nuestros
hábitos y costumbre y muchos de estos emblemáticos establecimientos se estaban
quedando obsoletos y, por consiguiente, con poco o ningún margen comercial. El cierre personal entiendo que, en cada
caso, obedecería a distintas razones. La
falta de clientela y la venta de productos que ya el paso del tiempo ha
superado por otros más novedosos serán algunas de las causas mayores. Existen
en Madrid, Viena o Buenos Aires (no
digamos en Praga o París) establecimiento de todo tipo que ya superan el
siglo de existencia. Son considerados bienes etnológicos y patrimoniales y, lo
más importante, de cara a su supervivencia son visitados diariamente por
propios y extraños. El tiempo no ha conseguido devaluarlos y
además ha propiciado que ganen importancia con el paso de los años. En
esta Ciudad dejamos morir a un negocio tradicional y luego nos quejamos amargamente
de su desaparición. Como vecino en mi infancia y juventud de la Judería
sevillana tengo grabada en mi memoria sentimental la cantidad de pequeños
establecimientos que he visto desaparecer. Seamos realistas y no dejemos sin
respuestas preguntas que si las tienen: ¿Si existieran en el Centro de Sevilla los cines Pathé, Llorens, Palacio Central e Imperial, acudiría la gente a
ellos y no se bajarían películas por Internet? ¿Si continuara vigente Casa Marciano la gente acudiría allí desechando las ofertas
chacineras de Hipercor y Carrefour? Aunque en no pocas ocasiones resulte
doloroso, cuando no te gustan las circunstancias y no puedes cambiarlas no te
queda más remedio que adaptarte a ellas. Solo permanecen aquellos
establecimientos donde tradición y modernidad se dan la mano. Los
establecimientos tradicionales no mueren solos: los matamos entre todos
empezando por el paso del tiempo. Recordar con gran afecto aquello y aquellos
que formaron parte de nuestras vidas se nos presenta como nuestro mejor y más
noble aval. Cosas y, sobre todo, personas que nos ayudaron a levantar nuestro
andamiaje sentimental. El pasado marcando las pautas de nuestro presente.
Siempre, absolutamente siempre, intentando eludir que de tanto mirar atrás no
terminemos convertidos en estatuas de
sal. Nada es lo que parece y nadie es
quien dice ser. Los paraísos no se
pierden: se sueñan y se tienen o no se tienen.
Juan Luis Franco – Lunes Día 31 de Octubre del 2016