“Pensaba que solo habría
Sombra, silencio, vacío.
Y murió. Estaba en lo cierto.
El mismo Dios se lo dijo”
- José Hierro -
En la temida visita a la
Clínica de Nuestra Señora de la Caridad (bien entendida y
mejor aplicada) tuvo que reconocer que el médico no le anduvo con rodeos:
“Lamento tener que decirle que le quedan de cuatro meses de vida”. Cuando algo
apesadumbrado le contestó que en tan poco tiempo no le podría pagar el importe
que le debía el galeno le replicó: “Bueno vale, lo dejamos entonces en seis
meses y…un día”.
Llevaba ya una larga temporada
que notaba al defecar como al limpiarse dejaba en el papel higiénico unas
difusas manchas de sangre. Dado que su
abuelo y su padre habían fallecidos de cáncer de colon pensó que ahora le había
tocado a él. Hacia tan solo una semana que había cumplido los setenta años de
edad y al salir a la calle con el sobre de las malas noticias en el bolsillo de
la chaqueta pensó para sus adentros: “Ya tengo fecha de caducidad”. Siempre se
había preguntado como reaccionaría si le llegaba una ocasión como esta y ahora
era el momento de salir de dudas. Primero analizó la noticia en positivo. Había
vivido bien y de manera muy densa a lo largo de su vida. Era abuelo de tres nietos
maravillosos que llenaban al completo sus ansias de felicidad. El balance
general se le presentaba como muy positivo. Había escrito seis libros (cuatro
novelas, un libro de poemas y un ensayo sobre los últimos años del franquismo);
le quedaban cuatro amigos de verdad y sabía del amor y sus consecuencias
(buenas y malas). Predicó; dio trigo y ayudó a recoger las cosechas ajenas.
Nunca se escondió ante la tormenta y supo aguantar el timón como un buen
timonel. Tenía la fe necesaria para que
todo al final cobrara sentido. Después
se le vinieron encima los aspectos negativos de la noticia. Primero como
comentársela a sus seres más queridos y allegados. Luego como afrontar un
periodo tan duro como corto. Hacer lo que no había hecho hasta ahora se le
antojaba una tarea tan inútil como complicada. ¿Viajar a sitios exóticos cuando
sus fuerzas irían menguando por día? ¿No es una quimera intentar recuperar en
seis meses el tiempo perdido en toda una vida? ¿Reorganizar su copioso archivo
con documentos, revistas y libros relativos al periodo andalusí? ¿Decir si
donde nunca debió decir no y decir no donde nunca debió decir si? ¿Todo ya con que finalidad? Al final queda claro que toda vida es esclava
y deudora de las circunstancias personales que la rodean. Distes besos de más y
abrazos de menos y ahora la cosa ya no tiene vuelta atrás. Tenía una prorroga
de seis meses y un día. Una porción de aire fresco antes de que se le cerraran
definitivamente las ventanas.
No sabía si tendrían que operarlo
ni cuanta dosis de dolor y desosiego se vería obligado a soportar. Sabía, eso
si, que cuando se cruza la barrera de los sesenta y cinco tacos de almanaques
hay conceptos clínicos que se te hacen familiares.
La dichosa artrosis-artritis. El nivel del colesterol o los triglicéridos.
La presión arterial y las pulsaciones para conocer la frecuencia cardiaca. La
jodida próstata que hace cualquier cosa menos poner la “cosa” en su sitio. La
temida híperglucemia que enciende la luz verde que le da paso al temido “jamacuco”.
Todo un cúmulo de términos médicos que hace muy pocos años eran unos perfectos
desconocidos. Dicen que es ley de vida
nacer, crecer, madurar, enfermar y morir.
Ahora la cuestión era como afrontar el epilogo de su existencia
terrenal. Fue el menor de cinco
hermanos. Un niño extremadamente educado
componente de una familia pudiente de misas domingueras y veraneos en el Puerto de Santa María.
Se crió en el Colegio Portaceli
donde le llamaba poderosamente la atención ver como los niños pobres entraban
por otra puerta y estuvieran diametralmente separados de los niños ricos. Se
puede decir que ahí empezó a fraguarse su conciencia de clase y que la misma
tomó forma definitiva en la
Facultad de Derecho sevillana. Ahora a los setenta años de
edad las cosas pintaban muy mal para su persona. Era como una gota de rocío que
el sol, más pronto que tarde, termina por evaporar.
Primero militó muy joven en la Liga
Comunista Revolucionaria (LCR) de inspiración trotskista para
posteriormente caer de bruces en los brazos del PSOE. Empezó a frecuentar la Asesoría Laboral
de Felipe González en la calle Capitán Vigueras y cada tarde se pasaba por la Librería Antonio
Machado en busca de los libros prohibidos por el franquismo. Fue de los pocos que dieron la cara en Sevilla
durante la Dictadura
franquista y fue detenido por la Brigada Político-Social
(la Social en
términos populares) en siete ocasiones. Su familia no paraba de interceder para
que lo pusieran en libertad a la par que trataban de convencerlo de su inoportuno
comportamiento. Querían inútilmente
convencerlo de donde estaba su sitio. Pero la desilusión pudo más que los
consejos familiares. Solo bastó que entrara la Democracia y se
percatara donde terminarían las
ilusiones de la izquierda para que les mandara el carné con un lacito negro.
Siguió trabajando toda su vida de
Abogado Laboralista hasta que cansado de despropósitos y barbaridades
consentidas buscó la puerta de salida vía jubilación. Esbozó una amarga sonrisa
recordando las vueltas que da la vida: un antiguo trotskista saliendo de
penitente en la Hermandad
de las Siete Palabras. Siete palabras bastaban para definir lo que había sido
su vida: solidaridad, bondad, sacrificio, honradez, pasión, cariño y desprendimiento.
Es verdad que al final siempre existirá una gran brecha entre lo que fuimos y
lo que somos. Quien este libre de culpa que tire la primera Biblia (la del
Antiguo Testamento).
Tendría que asumir que en este breve intervalo entre el ser y la nada
pasaría días buenos y días malos. Tocaba resignarse y aspirar profundamente el
aire de cada nuevo amanecer. Ya le quedaban pocos y los últimos los pasaría
entubado hasta las trancas. En fin, los humanos le ponemos fecha de caducidad a
casi todas las cosas y al final es Dios quien marca la caducidad de nuestra
existencia. Lo dejó dicho Ana María Matute: “Todo, sin excepción, tiene su
final y todo es siempre pasto del olvido”. ¡Manda huevos! que diría el de las Cantes de
Trilla.