Antonia Rodríguez Moreno, “Antonia la Negra”, nace para el Flamenco y la vida en Orán (Argelia) en el Año del Señor de 1936. Casualidades del destino condicionaron que sus padres, un trianero de la calle Evangelista y una jerezana, tuvieran a Antonia por tierras argelinas. Allí, y en Marruecos, transcurrió su infancia y sus primeros años de adolescente. Siempre rodeada de una numerosa prole familiar. Según ha manifestado en alguna entrevista, fue su padre quien empezó a decirle de niña “mi negrita” por la profunda diferencia que mantenía con la tez blanquecina del resto de sus hermanos. Conoció a Juan Montoya, su futuro marido, en Marruecos, cuando este iba de bailaor en la Compañía de Pepe Pinto y “La Niña de los Peines”. Posteriormente, desembarcó a punto de cumplir los 18 años de edad por el arrabal trianero. Ya definitivamente su vida artística y personal quedaría sellada a sangre y arte con el barrio de Triana. Fue su hija, la recordada y añorada Lole, quien la animó a dar el paso definitivo que lleva a los artistas flamencos desde las fiestas a los escenarios. Formó parte de un majestuoso grupo flamenco trianero llamado “La Familia Montoya” (busquen en youtube alguna actuación del mismo y comprobarán que se quedan cortos todos los calificativos elogiosos), donde junto a su marido Juan Montoya, actuaban Carmen Montoya, Carmelilla Montoya y “El Morito”. Con algunas mágicas apariciones de una bella adolescente llamada Lole en puertas de navegar en solitario por los fugaces mares de la fama. A la guitarra pasaron gente de la talla de Moraito, Perico “Niño Jero”, Raimundo Amador, “El Roto”, Manuel Molina... (hasta el mismísimo Camarón aparece en una grabación tocándole la sonanta a la “Negra”). El Flamenco se nutre de retazos sentimentales que van enjaretando el arte y la vida en una simbiosis casi perfecta. El manido “Enciclopedismo” en el Cante Flamenco es utilizado demasiadas veces con excesiva ligereza. Hagan la excepción de Pastora, Vallejo y Camarón y sitúen lo “Enciclopédico” diluido -hermosamente diluido- en el dominio de “palos” (estilos) concretos y determinados. Existen excelsos cantaores/as que solo han necesitado desarrollar un solo “palo” para pasar con letras de oro a la Historia del Flamenco. Ejemplos majestuosos son: Fernanda por Soleá; Bernarda por Bulerías; Paco Toronjo por Fandangos y Antonia “La Negra” por Tangos. No hace falta llenar el cántaro en muchas fuentes a la vez para que el agua sea limpia, pura y cristalina. El Cante de Antonia “La Negra” se nos presenta telúrico, ancestral y diáfano. Nace de las entrañas de la tierra y se vivifica al alimón entre el gozo y la pena. Sinceramente, que artistas flamencos de esta raigambre se nos expongan cada día menos es algo ciertamente preocupante y desolador. Ignoro las circunstancias personales y/o familiares por las que atraviesa Antonia “La Negra”. El 12 de abril del 2010, en el Teatro Lope de Vega sevillano, se le rindió un homenaje con fines recaudatorios organizado por unos famosos vecinos suyos: “Los Morancos”. Actuaron algunas de las actuales primeras figuras del Arte Jondo. Se demostró, una vez, que la respuesta solidaria del Flamenco no conoce fronteras. Cada día tenemos más apagados los clarines del alma y están nutriendo nuestros sentimientos con los sonidos de los cantos de sirena.
Antonia “La Negra” es la piedra filosofal de los cantes festeros y en ellos –y en ella- queda reflejado a sangre y fuego cuanto el Cante Flamenco tiene de autenticidad. Canta “La Negra” por Tangos y el Dios de nuestros padres se emociona mirando desde los cielos a Triana. Con el Cante festero de “La Negra” la gitanería de Lorca cobra toda su dimensión. Mientras, la Luna al compás de Tangos, se refleja en el río soñando con minaretes árabes y alcázares cristianos.