¡Dios mío, que solo se quedan los muertos! – G.A. Bécquer
Mañana día 1 de Noviembre es el Día de Todos los Santos. Pasado, día 2 de Noviembre, lo será de Todos los Difuntos. Días de especial relevancia en una Ciudad que como Sevilla siempre supo recordar a sus muertos y venerar a sus santos. Ahí el orden admite una sutil variación: también podemos venerar a los ausentes y recordar las vidas de los elegidos para la santidad. Con la masiva aparición de la incineración ya no tenemos donde dejar unas flores como perpetuo recuerdo a esas personas que tanto representaron en el discurrir de nuestras vidas. Los ciclos que marcaban las tradiciones y que nos ataban a nuestros ancestros han sido seriamente adulterados. Compramos la Lotería de Navidad en Agosto; los mantecados y polvorones en Octubre y comenzamos la Cuaresma en el mes de Enero. Todo queda condicionado a unas prisas existenciales donde no hay paciencia para dejar que el tiempo (con sus ciclos) nos vaya marcando las pautas de la vida de la Ciudad. En estos días tan señalados y como su fiel escudero siempre acompañaba a mi abuela Teresa al Cementerios de San Fernando. Allí tenía enterrado a su marido (mi abuelo Juan) y a una hija que abandonó a temprana edad la Tierra de María Santísima. Íbamos una troupe compuesta por vecinas ya mayores y por niños que una vez entrábamos en el Campo Santo nos distribuíamos de manera racional. Las mujeres iban al encuentro de los eternos ausentes en un gesto de cariño y compasión. Los niños, sentados en un poyete, esperábamos obedientes la vuelta de aquellas mujeres de moñas de jazmines en los roetes y medallas del Gran Poder bamboleando en sus sufridos pechos. Nosotros nos dedicábamos en la espera a ejercer de niños intercambiando cromos de futbolistas: “Te cambio este de Jesús Garay por el tuyo de Antonio Valero”. “Vale, pero acuérdate que me debes uno por el que te di de Eusebio Ríos”. Poco a poco iban retornando hacia nosotros aquellas mujeres que tanto nos enseñaron y a las que tanto debemos. Con el paso de los años comprendimos que todos algún día pasaríamos en este Santo lugar de visitantes a visitados. Días, estos de Santos y Difuntos, que se nos presentan como un reclamo existencial para, en clave machadiana, conversar con el hombre que siempre va con nosotros. La eternidad de los ausentes solo se sustenta recordando a los seres que mucho quisimos y en los momentos compartidos con ellos. Santos y Difuntos; Difuntos y Santos ordenados geométricamente en el orden natural de la vida y sus circunstancias. Nacer y morir como las dos caras de una misma moneda.