domingo, 31 de mayo de 2015

Relatos de la luna llena (2): La señorita Adelaida




   Adelaida Cifuentes de las Heras fue primero una niña monísima, después una muchacha monísima y ahora era una cincuentona monísima. En un cofrecito con espejo, música y bailarina que le regaló su abuela Remedios guardaba, como oro en paño, tres rubios tirabuzones fieles testigos del hermoso pelo de su niñez. Como descendiente de una familia aristocrática del Puerto de Santa María su infancia y juventud transcurrieron entre colegios de monjas, clases de música, idiomas, equitación y veraneos en la cercana y selecta playa de Valdelagrana.  Fue una niña modélica y mimada que nunca defraudó a sus padres en las grandes expectativas que se habían creado para ella. Su padre, don José María, repartía su vida entre el control y la gestión de sus bodegas y las noches flamencas de parranda en el cercano Jerez de la Frontera. Asumía sus contradicciones monetarias como mejor podía: roñoso y rácano a más poder con los emolumentos de sus empleados y largamente rumboso con las aves nocturnas que volaban por la noche jerezana. De día cuidaba el vino y por la noche se lo bebía casi todo. Su madre, doña Serafina, era una mujer pulcra, recta, clasista y temerosa de un Dios fabricado a la medida de los ricos y al que visitaba a diario. Tuvo siete hijos con el cascivano de su marido siendo Adelaida la menor de toda la prole. En sus primeros años de casada era bastante complicado no ver por las iglesias del Puerto a doña Serafina con el “bombo a cuesta”. Cuando Adelaida cumplió la mayoría de edad la mandaron a Cádiz a completar sus estudios de Música en el Conservatorio de la Tacita de Plata.  Allí vivió los cinco mejores años de su vida en casa de su Tía Rosario. Esta, casada con un marino mercante que estaba siempre en alta mar, era una mujer de ideas liberales y poco o nada participe del clasismo reaccionario de su hermana Serafina. No tenía hijos y sentía un especial cariño por su sobrina. La vida de Adelaida cambió drásticamente un diez de agosto de 1984.  Se encontraba aquel día junto con su tía y unas amigas de esta en la Playa de la Victoria cuando lo vio por primera vez. Era un muchacho alto, delgado, moreno y con la tez tostada por el sol. Vestía pantalón y camisa blanca y calzaba unas zapatillas rojas. Se resguardaba del sol del mediodía con un sombrero panameño y unas gafas de sol de carey.  Supo de antemano que esa imagen le acompañaría el resto de su vida. Se acercó al grupo y les preguntó si podían indicarle donde se encontraba el Consulado de Francia en Cádiz. Había llegado esa mañana en un barco procedente de La Habana y tenía que cumplimentar unos formularios. El grupo no se ponía de acuerdo de cómo indicarle hacia donde tenía que dirigir sus pasos. Fue Rosario, la tía de Adelaida, la que sin querer puso en marcha el romance. Le dijo a su sobrina: “Anda ponte el pantalón y la camiseta y lo acompañas y de paso te alejas un rato de este grupo de viejas chismosas”. Adelaida, aparte de ruborizarse, pensó que no era mala idea acompañar al apuesto joven francés hasta el Consulado. Este se encontraba en la mediación de la Avenida José León de Carranza. Caminaban nerviosos mirándose de reojo y felices sintiendo en la cara el viento de levante y el roce al andar de sus juveniles cuerpos. Eran, un francés de treinta años de edad llamado Yves (su padre le puso el nombre en homenaje al admirado Yves Montand) oriundo de Burdeos y agregado cultural en la Embajada francesa de La Habana y una muchacha de veintidós años, futura profesora de Música y benjamina de una familia aristocrática del Puerto de Santa María. Caminaban con el presentimiento de que algo bello les ocurriría.
   Aquel inolvidable verano el amor se les mostró en un corto pero intenso romance bañado por la luminosidad de las playas gaditanas. Quedaron atrapados por la magia de las noches estrelladas de la Bahía en brazos de Cupido. Fue, a que negarlo, el mes más intenso, feliz y placentero de toda la vida de Adelaida.

  Las calles de Cádiz fueron el gozoso escenario donde Yves y Adelaida pasearon su incipiente y rotundo amor. Las calidas arenas de la playa en noches de luna llena fueron testigos de cómo al mismo tiempo Adelaida perdía la virginidad y ganaba la gloria en la tierra. Aquella mágica noche rozó el cielo con la yema de los dedos. Un triste día,  llamado siete de septiembre de 1984, Adelaida despidió a su amante francés en el puerto de Cádiz con destino a su cargo diplomático en La Habana. Se prometieron amor eterno y hasta las grúas del puerto abrieron sus garfios de hierro para que el sol y las gaviotas fueran testigos de su despedida. Fue la última vez que se vieron. Cartas iban y venían desde La Habana hasta el Puerto ante la desaprobación de la familia de Adelaida con una relación que terminaría al final trastocando todos los –suyos- planes.  Él quería que ella se fuera hasta Cuba y vivir juntos su particular paraíso caribeño. Ella le decía que sus padres se negaban en redondo a cualquier salida de la senda que le tenían programada desde niña. Dicen, y dicen bien, que la distancia es el olvido y las cosas se fueron enfriando como se enfría el café de un anciano (primero se quema los labios y luego ya está irremediablemente  frío). Adelaida se hizo mujer con un sobresaliente en su carrera de Profesora de Música y un suspenso en amores de los que anidan en las entrañas. Nunca quiso tener más pareja que aquella que guardaba en su corazón con olores a playas gaditanas, río Sena y sabor a Buena Vista Club Social. Se casó y descasó una sola vez con un alto funcionario de la Hacienda española que entendía que el amor era solo cosa de cursis. Un pragmático que si miraba a la luna era para preguntarse si la misma estaría al corriente de sus impuestos. No tuvieron hijos y Adelaida se dijo: “Una y no más Santo Tomás”.  Ahora, a sus cincuenta y dos años de edad, Adelaida da clases de solfeo en el Conservatorio de Sevilla sito en la calle Jesús del Gran Poder. Un martes del pasado marzo y cuando se estaba preparando la cena en la soledad de su apartamento de la calle Baños el corazón le dio un vuelco. En uno de los informativos de la noche habían conectado con París para una rueda de prensa del Ministro de AAEE francés.  A la derecha del Ministro estaba sentado Yves, su joven amor francés.  Impoluto, vestido de manera impecable, el pelo blanqueado por los años y una cara bronceada por el sol o, vaya usted a saber, si por los efectos de los rayos uva. Una lágrima se resbaló sin cortarse un pelo por la mejilla de Adelaida.  No pudo remediar que se le vinieran a la mente aquellas mágicas noches en la playa gaditana y “aquella primera vez” donde le abrieron la rosa de su rosal. Una profesora de Música dando la nota y desafinando al mismo tiempo. Mientras apuraba en la mesa de su cocina una tortilla francesa (¡que casualidad!) con trocitos de jamón pensó que la vida, en el amor, casi siempre termina en suspiros por lo que pudo haber sido y no fue. Por la ventana de la cocina se escuchaba el fragor de los coches y las risas de gente joven camino de la movida nocturna del Centro de la Ciudad. Mientras se desabrochaba el delantal notó una grata sensación de felicidad. Sus amores juveniles verdaderos duraron tan solo un mes pero fueron tan intensos que mereció con creces la pena. Por aquellos días la señorita Adelaida nunca fue más Adelaida y menos señorita. Nunca sintió pena en al alma quien antes no experimentó el placer del gozo vivido y compartido. Hoy, eso si, la señorita Adelaida no tiene quien le escriba.

  Tan solo una Habanera hermanada con un Tanguillo sabe de su pasión. El amor de la señorita Adelaida.  El Puerto, Burdeos, La Habana, Cádiz y, como siempre, al final siempre Sevilla. Testigos fieles de un romance de los que marcan toda una vida.  (“Óigame compay no deje el camino por coger la vereda….El cuarto de Tula se cogió candela / se quedó dormida y no apagó la vela”). Las canciones cubanas salvándonos a todos de casi todo.   La señorita Adelaida y su hermoso verano del 84.


Juan Luis Franco – Domingo 31 de Mayo del 2015

viernes, 29 de mayo de 2015

El tiempo y las percepciones





“Porque el ayer es sólo
un epitafio porque mañana
es nunca para siempre”
- José M.Caballero Bonald -
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Me gusta con cierta frecuencia releer libros o visionar películas que en su día, hace ya muchos años, me causaron un gran impacto. En cambio la música en mi círculo sentimental siempre camina por los derroteros de la cotidianidad. Sigo escuchando casi a diario desde tiempo inmemorial a Elvis, Los Beatles, Cliff Richard, Sinatra, Ella Fizgeralt, Nina Simone, Louis Armstrong, María Callas, Caracol, Mairena, Camarón, Serrat, Paco de Lucía, Morente, Santana…. Quizás la última y gozosa incorporación que he añadido a mi universo musical ha sido la Música Clásica. Cada día la escucho más y trato de nutrirme de conocimientos que me permitan saborearla en toda su plenitud. El crecimiento interior de una persona se hace realidad cuando asume sin complejo sus carencias y limitaciones. Reconozco que existen películas o lecturas que me emocionaron en mi juventud y que hoy considero obsoletas y amortizadas por el tiempo. En otros casos ocurre todo lo contrario y les descubro nuevos matices que acrecientan el enorme valor que un día tuvieron para mí. Maduramos y nos hacemos mayores e inevitablemente cambian muchas de nuestras percepciones de antaño. Ignoro cuantas veces habré visto a lo largo de mi vida películas como “El Tercer Hombre”, “Eva al desnudo”, “Solo ante el peligro”, “Ben-Hur”, “Siete novias para siete hermanos”, “El gran dictador”, “Apocalipsis Now” o la saga de “El Padrino”. Son varias las veces que he vuelto a releer “Cien años de soledad”, “Crimen y castigo”, “La metamorfosis”, “Los santos inocentes”, “El sonido y la furia” o la “Antología poética de Antonio Machado”. Obras para mí inmortales y que aumentan su capacidad de conmoverme con el paso de los años. El tiempo pasa y con él cambia nuestra percepción de las cosas. Somos fruto y consecuencia de nuestras vivencias y lo que nunca debía faltarnos es nuestra capacidad de asombro ante la belleza del ayer, del hoy y del mañana.  Vivir con inquietudes y con ganas de aprender de Dios a través de la naturaleza y de los hombres por medio de sus genialidades. El tiempo y sus percepciones.


Juan Luis Franco – Viernes Día 29 de Mayo del 2015

jueves, 28 de mayo de 2015

¡¡CAMPEONES!!




Por cuarta vez el Sevilla FC se ha proclamado Campeón de la Europa League en Varsovia venciendo al Dnipro ucraniano.  Misión nada fácil y que sitúa al club nervionense en la órbita del futbol europeo.  Los éxitos de este Equipo sevillano (que debo reconocer no es el de mis amores) empezaron a gestarse cuando Roberto Alés sembró en sus, hasta entonces, débiles estructuras el sentido común y la racionalidad. Pero sin ningún género de dudas fue la llegada a la Presidencia de José María del Nido lo que posibilitó un crecimiento y un cúmulo de grandes triunfos hasta entonces inéditos en la Historia de este centenario Club. Otra persona que se me antoja fundamental en esta brillante e inacabada trayectoria es la figura de Ramón Rodríguez Verdejo “Monchi”. A la postre este nativo de San Fernando se nos configura como unos de los mejores Directores Deportivos del futbol actual. Dos entrenadores posibilitaron esta serie de ininterrumpidos triunfos. Primero Joaquín Caparrós que sentó las bases con una manera de encarar los partidos donde primaba el grupo sobre las individuales y que, de manera innegociable, solo se pondrían la camiseta aquellos jugadores que rindieran al cien por cien: hombres antes que nombres.  Después con la llegada de Juande Ramos se tocó la gloria con la palma de la mano. Con los avatares judiciales de José María del Nido y su posterior ingreso en prisión se abría un claro interrogante en el futuro del Sevilla FC. ¿Había vida después de José María del Nido? Dudas que ha despejado de manera sobresaliente el actual Presidente José Castro. Ha sabido ser continuista con la línea de José María del Nido pero aportando cosas positivas de su propia cosecha.  La guinda al pastel la ha puesto Unai Emery posiblemente el mejor entrenador español de la actualidad (no es descartable que un día sustituya a Vicente del Bosque al frente de la Selección Española). El Sevilla actual tiene un plantillón de buenos jugadores; un excelente entrenador; un buen presidente; un gran director deportivo y, lo más importante, una afición que está a muerte con su Equipo.  El resultado ha sido  un temporadón y la conquista de un nuevo titulo europeo.  Que quien esto suscribe respire y sienta en verdiblanco no es óbice para reconocer los grandes méritos del “otro equipo de la Ciudad”.  Me alegro de este triunfo por ser bueno para la Sevilla de mis amores y desvelos y por representar motivo de gozo y alegría para mis grandes amigos sevillistas.  ¡¡Enhorabuena!!


Juan Luis Franco – Jueves Día 28 de Mayo del 2015

miércoles, 27 de mayo de 2015

Cincuenta años ya





A mi abuela Teresa que me enseñó de niño
el Camino de los caminos sevillanos.

Hoy, 27 de Mayo del 2015, se cumplen exactamente esta noche cincuenta años, ¡medio siglo!, desde que el Señor de Sevilla se trasladó (en Sevilla es se mudó) desde su ubicación centenaria en la Iglesia de San Lorenzo hasta su nueva Basílica (con una estancias previa de horas en la Catedral). Mucho se ha escrito estos días sobre tan magno acontecimiento como para, desde la modestia de este Blog, ahondar más en la cuestión. Soy de los pocos hermanos que juró la Reglas de la Hermandad en la Iglesia del Convento de Santa Rosalía (allí estaba el Gran Poder por las obras de su Basílica). Por cierto, ¡que bien le sentaba al Señor aquel sagrado recinto!  Coincido plenamente con aquellos que, a pesar de Aquel que la preside, argumentan que la Basílica se nos muestra en su configuración interior algo fría. Que duda cabe que dada la numerosa afluencia de sevillanos que, en cuerpos y almas, allí se dan cita es amplia, funcional y cumple con creces su cometido espiritual. Pero las paredes y, más concretamente, el Señor demanda una mayor riqueza expresiva acorde con lo que allí se representa. Decir que el Gran Poder puede con todo es decir una verdad como un templo (en este caso como una Basílica). Decir que se puede mejorar de manera ostensible el interior tampoco es como para caer en los inmisericordes brazos de la Santa Inquisición. Gente existe en nuestra querida Hermandad lo suficientemente preparada como para plantear proyectos sobre este tema. Recuerdo como si fuera ayer (en realidad ya es ayer) cuando de niño acompañaba a mi abuela Teresa a ver al Señor en la Iglesia de San Lorenzo. Ella que falleció en 1964 no pude ver al Gran Poder de Sevilla en su nuevo templo. Después, ya en su nueva ubicación, acompañé a mi madre cada viernes durante no menos de treinta años. ¡Como pasa el tiempo y la vida!  Ahora cuando cada mañana llego hasta la Alameda después de haber “picado” en el bus con una tarjeta de la Tercera Edad voy a verlo a diario. Le doy los buenos días y le pido benevolencia para mí y, sobre todo, bienestar para mi gente. Después, ya francamente reconfortado, me voy a mi paseo mañanero. Son esos rituales que solamente están al alcance de las almas sensibles que no todo lo supeditan a números y dígitos. Cincuenta años ya desde que el Señor de Sevilla tomó de su Madre el Mayor Dolor y también el…. ¡Traspaso!


Juan Luis Franco – Miércoles Día 27 de Mayo del 2015

lunes, 25 de mayo de 2015

El vértigo de los días





Como el que no quiere la cosa Mayo enfila su recta final. Los días pasan a una velocidad de vértigo y casi no nos da ni tiempo para analizar los momentos vividos.  Personas sensatas e inteligentes me advirtieron hace ya algunos años que a partir de los cuarenta los días, meses y años cogen siempre una velocidad de crucero. Nos hablaban desde la incuestionable razón que da la sabiduría de los años vividos y sobre todo consumidos.  El presente se nos escapa de las manos como el agua de la lluvia o la arena de la playa. El pasado ya no cuenta y el futuro no existe todavía. Tenemos, a ciertas edades, como  único tiempo palpable y tangible el presente más inmediato. Más que hacer planes con nuestra vida es la vida en si misma la que hace planes con nosotros. Reconozco sin ambages que me da cierto miedo envejecer por la incertidumbre que esto conlleva. Se nos dice de continuo que es ley de vida. A pesar de nuestro desosiego poco podemos hacer para parar el curso de la existencia humana. Existen leyes contra las que es inútil rebelarse. Como tantas cosas en la vida la asumimos por tratarse de males compartidos. Más que miedo tenemos una cierta sensación de vértigo por la incertidumbre de cómo será el epílogo de nuestra vida. La fe si no consigue mover montañas al menos nos mueve a nosotros hacia la Esperanza. Los nietos se nos configuran como un hermoso islote donde atracar ilusionados nuestra cansada y desvencijada barca. No nos engañemos, nadie quiere pasar por debajo del arco de la decrepitud. Pero al final, siempre al final, puede que la última playa por visitar nos resulte la más hermosa y placentera. El vértigo de los días.



Juan Luis Franco – Lunes Día 25 de Mayo del 2015