Al paréntesis que media entre una Semana Santa y otra ya le quedan dos semanas menos. Todavía con las manos calientes, despues de haber cobijado en ellas a esta paloma de pasión, fé, tradición y esperanza y ya arrancamos, sin solución de continuidad, con la semana de farolillos. Un año más cobrará forma una Ciudad efimera y perecedera en el tiempo. Volátil en su belleza y esplendor y sevillana por todos los poros de su piel. Esta paloma a diferencia de la de Alberti no se equivocaba y se posó un año más en la cúspide de la crúz del Cristo del Amor para comprobar desde alli la máxima expresión de cariño que imaginarse pueda: un pelícano que se picotea su propio vientre y así sus polluelos pueden alimentarse con su sangre. Luego se volvió a poner en marcha el mágico circulo de la vida sevillana para dejarnos exhaustos de emociones, vivencias y sensaciones compartidas. Había que combatir esta melancólica carga y un vasco, don José María de Ybarra, y un catalán, don Narciso Bonaplata, se encargaron de frenar este vacio desconsolador al sevillano modo. Es decir: creando como antidoto a la Semana que se nos fue la luminosa Feria de Abril. Corría el año de 1846. Alguien podría preguntarse: ¿es tan sevillana la Feria como la Semana Santa?. La respuesta es sola una: rotundamente sí.
Ahora, se adueñaran por las calles de esta Ciudad creada para siete días, una lujuria controlada y gratificante (o al menos asi lo esperamos y deseamos). La belleza más deslumbrate y sevillana tomará mil formas distintas. Estará reflejada en su multicolor paseo de caballos. Con casetas engalanadas desde el gusto por la belleza de lo efimero. Veremos el culmen de la hermosura femenina vestidas con trajes de flamencas (o de gitanas como se decía antaño). Se intentará –con mayor o menor fortuna- bailar por sevillanas. La faena soñada por todos los toreros en la Catedral del Toreo. Niños radientes y anhelantes soñando con la estruendosa entrada en la Calle del Infierno. Se vivirá por unos días (ni muchos ni pocos, los justos) una alegría desbordante y contagiosa. Desde Sanlúcar nos llegará un río de manzanilla para soñar, y poder aparcar momentáneamente los duros quehaceres diarios y el grave cerco social y económico que nos rodea. Se compartira una alegría desbordante entre copa y copa. Con un poco de suerte puede que aún estemos a tiempo de escuchar alguna sevillana corralera. La adolescente que ayer buscaba bajo un cielo de farolillos el roce de una mano enamorada y el primer beso arrancado en la altura de la noria, hoy posiblemente sea una abuela sentada en la entrada de la caseta y que se pregunta de vez en cuando cuanto tarda su nieta.
“Mi niña se fue a la mar,
a contar olas y chinas,
pero se encontró de pronto,
con el río de Sevilla” (F.García Lorca)
Semana Santa y Feria, dos formas diametralmente opuestas de nuestra idiosincracia, pero tan nuestras como la Giralda.
Quede constancia –en mi caso particular- que utilizando un argot muy popular en Sevilla, “uno no es muy feriante”. Me siento desbordado por sus calles y casetas, pero asumiendo perfectamente que esto no deja de ser una actitud personal, que parte en definitiva de un carácter mas dado a la reflexión y al sosiego que al bullicio colectivo y desbordado (la Semana Santa la controlo, la Feria me controla a mí).
Pero evidentemente son tan sevillanos como yo el gentío que abarrota hasta la saciedad el Real de la Feria. Creo sinceramente que puede que ellos si hayan sabido atrapar las claves de este milagro de la primavera sevillana.
Sevilla ha sido, es y será siempre bipolar. Lo cual ya se nos manifiesta claramente en nuestra Semana Mayor, donde se funden sin sobresaltos el recogimiento y el gozo más desmedido. Conviven armoniosamente el Silencio y los Gitanos. El Gran Poder y la Macarena. El Calvario y la Esperanza Trianera. Los Estudiantes y la Candelaria. San Benito y Santa Crúz.
Cada día de la semana tenemos ejemplos en esa doble faceta. Se funden la reflexión y el desbordamiento de lo externo. Todo es real y todo camina en la misma dirección. La que nos nos lleva directamente hacia la niñez perdida y recuperada. Cerramos los ojos y extendemos la mano con la esperanza de que un ser querido nos enseñe las dos ciudades soñadas. La que recorre el Hijo de Dios y su bendita Madre tras un reguero de lagrimas de cera, y la que se crea de manera efimera para rendir culto a los sentidos durante una semana de vida y arte. Buscamos nuestra verdad y nos la enseñaron por calles, plazuelas y amarillo albero.
Si tienen la suerte de ser feriantes disfruntela a tope. Hagan caso omiso de los agoreros. Busquemos la dicha que la desdicha nos viene sola y sin previo aviso. Beban no solo el oro liquido de Sanlúcar, sino lo que es más importante, el néctar que esta Ciudad ofrece a propios y extraños. La vida atrapada a través de una edificante lujuria de los sentidos, donde lo unico imperecedero son los sevillanos que toman al asalto el fortín de la belleza efímera.
Sed felices por unos días y disfrutad, que si estamos de paso, mejor morir con el alma en paz con Dios, la conciencia serena y los zapatos llenos de albero.
Ahora, se adueñaran por las calles de esta Ciudad creada para siete días, una lujuria controlada y gratificante (o al menos asi lo esperamos y deseamos). La belleza más deslumbrate y sevillana tomará mil formas distintas. Estará reflejada en su multicolor paseo de caballos. Con casetas engalanadas desde el gusto por la belleza de lo efimero. Veremos el culmen de la hermosura femenina vestidas con trajes de flamencas (o de gitanas como se decía antaño). Se intentará –con mayor o menor fortuna- bailar por sevillanas. La faena soñada por todos los toreros en la Catedral del Toreo. Niños radientes y anhelantes soñando con la estruendosa entrada en la Calle del Infierno. Se vivirá por unos días (ni muchos ni pocos, los justos) una alegría desbordante y contagiosa. Desde Sanlúcar nos llegará un río de manzanilla para soñar, y poder aparcar momentáneamente los duros quehaceres diarios y el grave cerco social y económico que nos rodea. Se compartira una alegría desbordante entre copa y copa. Con un poco de suerte puede que aún estemos a tiempo de escuchar alguna sevillana corralera. La adolescente que ayer buscaba bajo un cielo de farolillos el roce de una mano enamorada y el primer beso arrancado en la altura de la noria, hoy posiblemente sea una abuela sentada en la entrada de la caseta y que se pregunta de vez en cuando cuanto tarda su nieta.
“Mi niña se fue a la mar,
a contar olas y chinas,
pero se encontró de pronto,
con el río de Sevilla” (F.García Lorca)
Semana Santa y Feria, dos formas diametralmente opuestas de nuestra idiosincracia, pero tan nuestras como la Giralda.
Quede constancia –en mi caso particular- que utilizando un argot muy popular en Sevilla, “uno no es muy feriante”. Me siento desbordado por sus calles y casetas, pero asumiendo perfectamente que esto no deja de ser una actitud personal, que parte en definitiva de un carácter mas dado a la reflexión y al sosiego que al bullicio colectivo y desbordado (la Semana Santa la controlo, la Feria me controla a mí).
Pero evidentemente son tan sevillanos como yo el gentío que abarrota hasta la saciedad el Real de la Feria. Creo sinceramente que puede que ellos si hayan sabido atrapar las claves de este milagro de la primavera sevillana.
Sevilla ha sido, es y será siempre bipolar. Lo cual ya se nos manifiesta claramente en nuestra Semana Mayor, donde se funden sin sobresaltos el recogimiento y el gozo más desmedido. Conviven armoniosamente el Silencio y los Gitanos. El Gran Poder y la Macarena. El Calvario y la Esperanza Trianera. Los Estudiantes y la Candelaria. San Benito y Santa Crúz.
Cada día de la semana tenemos ejemplos en esa doble faceta. Se funden la reflexión y el desbordamiento de lo externo. Todo es real y todo camina en la misma dirección. La que nos nos lleva directamente hacia la niñez perdida y recuperada. Cerramos los ojos y extendemos la mano con la esperanza de que un ser querido nos enseñe las dos ciudades soñadas. La que recorre el Hijo de Dios y su bendita Madre tras un reguero de lagrimas de cera, y la que se crea de manera efimera para rendir culto a los sentidos durante una semana de vida y arte. Buscamos nuestra verdad y nos la enseñaron por calles, plazuelas y amarillo albero.
Si tienen la suerte de ser feriantes disfruntela a tope. Hagan caso omiso de los agoreros. Busquemos la dicha que la desdicha nos viene sola y sin previo aviso. Beban no solo el oro liquido de Sanlúcar, sino lo que es más importante, el néctar que esta Ciudad ofrece a propios y extraños. La vida atrapada a través de una edificante lujuria de los sentidos, donde lo unico imperecedero son los sevillanos que toman al asalto el fortín de la belleza efímera.
Sed felices por unos días y disfrutad, que si estamos de paso, mejor morir con el alma en paz con Dios, la conciencia serena y los zapatos llenos de albero.