sábado, 28 de febrero de 2015

Cuentos de Azotea: 11. Bajo el cielo de Sevilla






 
“A Encarna Olivera Carrión que vivió veintidós
años con el cielo de Sevilla como techo”

   Eran los preámbulos de la Expo del 92 cuando los vecinos de la calle Feria la vieron aparecer por primera vez. Era una mujer de unos treinta y cinco años de edad de aspecto descuidado pero con un cierto porte señorial. Un ejemplo paradigmático de que quien tuvo retuvo. Portaba un pequeño macuto marrón y una gran bolsa donde se suponía tenía depositada la totalidad de sus pertenencias. Se sentaba placidamente en la esquina de la Iglesia de Omnium Sanctorum y allí distribuía su tiempo entre la meditación y la lectura. Nunca pedía limosna y si algún alma caritativa se le acercaba para darle alguna monedilla lo agradecía  cortésmente no sin antes mostrar un cierto rubor. Comía primordialmente frutas que algunos de los comerciantes de la cercana Plaza de la Feria le solían dar. Las pelaba con una parsimonia y un estilo que hacían presagiar que aquella mujer se había sentado en mesas señoriales. Cuando ya la tarde declinaba recogía sus pobres y pequeñas pertenencias y desaparecía del lugar. Nunca supo nadie donde pasaba la noche. Al día siguiente y con las claritas del día volvía a aparecer y se sentaba de nuevo en su sitio de costumbre. Una mañana la vieron aparecer con un perro grandote de color canela y con la mirada tan triste como su dueña.

   Excepcionalmente cada jueves se levantaba para acercarse al cercano Mercadillo. Allí Joaquín, un vendedor de libros usados, le solía regalar alguno para que pudiera desarrollar una de sus pocas aficiones conocidas: la lectura. Sus  lecturas preferidas eran las llamadas novelas históricas y los libros de poesía.  Eran vanos los intentos de quienes intentaban entablar con ella alguna forma de dialogo. Educadamente rehuía la conversación y bajando la cabeza se retiraba con su libro bajo el brazo camino de  su particular espacio callejero. En sus muy escasas y cortas ausencias allí dejaba momentáneamente  a su perro y a sus escasas pertenencias. Los días en que arreciaba la lluvia o el frío se volvía insoportable buscaban –ella y su perro- cobijo en un portal cercano con el beneplácito de sus dueños. Nunca molestaba ni solía dejar ningún rastro de sus pequeñas estancias. Se acicalaba y hacia sus necesidades  en los cercanos servicios del Mercado de la Feria. Era de esas personas que forman parte amable e indisoluble del paisaje urbano y que necesitan desaparecer para que notemos y sobre todo sintamos su ausencia. No existe nada más imprescindible y ensalzado que un muerto. En teoría todos los muertos son buenos y todos serán llorados eternamente (el estado de abandono en que se encuentran muchos nichos y tumbas del cementerio sevillano nos aclaran que entendemos los humanos por “eternamente”). Nuestra indigente pasó veinte años en el mismo lugar. En el mismo sitio y a la misma hora. Fueron vanos los intentos de particulares y entidades que intentaron ayudarla. La Hermandad de los Javieres llegó incluso a tratar el tema en un Cabildo de Oficiales. Hasta el señor Arzobispo mandó un emisario de Caritas para ver que se podía hacer por ella. Todos los intentos fueron inútiles. Se negaba con un ligero meneo de cabeza a aceptar algún tipo de ayuda. Sacaba una manzana y un libro de su macuto y los mostraba como signos inequívocos de que tenía todas sus necesidades cubiertas.
   Tan solo aceptó que un veterinario cercano atendiera  a su perro que solía vomitar cada mañana. El noble animal la tenía seriamente preocupada. Lo llevó a la consulta causando sensación en la sala de espera de la misma el comportamiento tan dócil del animal y los modos señoriales mostrados por su dueña.

    Le diagnosticaron una gastroenteritis pasajera posiblemente motivada por haber comido algún alimento en mal estado. Un día en ayunas y un par de pastillas fueron suficientes para que su noble amigo volviera a la normalidad.

  Para agradecerle al veterinario los servicios prestados insistió con pocas palabras en que le aceptara una medalla de plata de la Virgen de la Almudena. Fue la única vez que la oyeron decir tres palabras seguidas: “Era de mi madre” dijo susurrando entre dientes. El veterinario por no desairarla aceptó encantado la medalla.

   Los acontecimientos posteriores se desarrollaron a una velocidad de vértigo.   Durante tres largos días los vecinos observaron con extrañeza que la mujer no hacia acto de presencia. Empezaron a preguntar y a preguntarse donde podría estar y, lo más importante, que le podía haber ocurrido. La mañana del cuatro de mayo del 2014 la prensa local los sacó de dudas con la siguiente noticia: “Ha aparecido muerta en la Glorieta García Ramos de los Jardines de Murillo una mujer que se encuentra pendiente de identificación. Aparenta tener unos sesenta años de edad y por las pertenencias que portaba parece ser se trata de una indigente. Junto al cadáver se encontraba un perro el cual no paraba de gemir. Su cadáver ya se encuentra en el Departamento Anatómico para practicarle la autopsia y proceder  a su posterior identificación”.

   Posteriormente y mas concretamente el día ocho de mayo la prensa madrileña despejaba todas las dudas sobre la enigmática mujer: “Aparece muerta en un parque sevillano Almudena del Moral Salguero. Se encontraba en paradero desconocido desde el mes de Diciembre de 1991. Afamada científica madrileña era una de las mayores autoridades mundiales en la investigación de tratamientos con células madres. A pesar de su juventud había obtenido varios premios internacionales de investigación. El quince de noviembre de ese mismo año y cuando se dirigía a su casa de la sierra madrileña sufrió un grave accidente de circulación con  el coche que ella misma conducía. En el mismo fallecieron en el acto su marido y sus dos hijos de cinco y tres años respectivamente. Ella tan solo sufrió heridas leves. A su salida de la Clínica de Nuestra Señora del Camino desapareció por completo de la vida madrileña. Cuantos intentos se hicieron para localizarla por parte de familiares y amigos fueron inútiles. Parece ser que vivía en plena calle de Sevilla. Murió sentada junto a su perro en una glorieta de un parque sevillano.  Sus restos ya descansan en el Cementerio de la Almudena”.

   El día quince de mayo del 2014 a las siete de la tarde se celebró por el sufragio de su alma  una misa en la iglesia sevillana de Omnium Sanctorum. Asistieron las primeras autoridades de la Ciudad encabezadas por el Alcalde. También asistió el señor Arzobispo que ofició la misa. Lo hicieron igualmente numerosos vecinos de la collación y una representación de los comerciantes del Mercado de la Feria y del Mercadillo del Jueves. La iglesia estaba repleta de gente de todas las clases sociales, credos e ideologías políticas. Alguien depositó un par de claveles donde solía sentarse. Un librero del Mercadillo dejó “El Péndulo de Foucault” de Umberto Eco.
    A esa misma hora encerrado en una jaula metálica de la Sociedad Protectora de Animales un perro color canela, viejo, cansado y solo masticaba su perruna soledad.  Había perdido de una tacada la libertad, el cariño de su dueña y el cielo de la ciudad.  Todos los cielos pueden esperar.  ¿Todos? bueno… ¡menos el de Sevilla!

viernes, 27 de febrero de 2015

Cristo de las Misericordias




Tú formas parte inseparable de la noche más eterna y de la eternidad de la noche de los tiempos. Tu Barrio es el Barrio de los barrios de la Ciudad.  Miras al Cielo preguntándote y preguntándonos por el motivo de todas las cosas. Abres los brazos al conjuro de las estrellas y la luna en su reflejo forma parte del universo de tu frente ensangrentada. A tus pies va postrado el dolor más latente y verdadero: el de las Madres afligidas. Avanzas a paso lento por la travesía eterna de los judíos errantes y los moriscos expulsados del paraíso.  Quien te hizo sabía lo que hacía y de paso también lo que nos hacía a nosotros. Un ascua de candela crucificada alumbrando la oscuridad de las almas atormentadas. Vienes y te vas dejándonos atados a la memoria sentimental de los días del ayer. Te vemos pasar sin más ruido que el sonido barroco de la música de capilla, el crujir de tu canastilla neogótica y dorada, el rachear de alpargatas costaleras y el tic-tac monocorde de nuestros corazones. Tu azulejo en Santa Cruz representa la Alianza entre Dios y los hombres. Tu rostro herido nos va clamando que tu mundo ya no es de este mundo. Te vas y nos dejas envueltos en la estela de tu Misericordia.  Sales y entras; entras y sales cuando la Ciudad se debate entre la esperanza y la nostalgia. Viéndote se confunde el ateo; duda el agnóstico y se reafirma el creyente. Un tratado exponencial de teología liberadora dictada por tu divina y humana presencia en el Barrio –tu Barrio- que es el Barrio de los barrios de la Ciudad.  Misericordia infinita por las callejas y plazoletas de Santa Cruz.  Eterno luto de Doña Elvira.

miércoles, 25 de febrero de 2015

El precio de la fama





Sinceramente creo que la fama es una compañera de viaje unas veces deseada y buscada y otra como consecuencia del devenir de las cosas. En cualquier actividad ser famoso no siempre lleva implícito un halo de bondad y talento productivo.  Artística, cultural o políticamente pasar del anonimato a la fama debe ser algo turbador pero, dada la incuestionable vanidad de los humanos, también bastante placentero. Más difícil de digerir será para alguien que llevando tiempo subido al carro de la fama lo apeen para devolverlo al anonimato del cual procedía. Que un escritor sea famoso por la venta de sus libros; un actor por el éxito de sus películas; un cantante por sus canciones o un político por su arraigo popular entre la gente no deja de ser algo digno de encomio. Distinta cuestión resulta cuando cada uno en su actividad cree que la fidelidad de los lectores, espectadores o votantes será eterna. Nada es para siempre incluyendo a la propia existencia humana. Los sentimientos y comportamientos de las personas son cambiantes como los días del calendario. Pensar que se puede establecer una relación con las mismas sin que el paso del tiempo provoque una cierta sensación de deterioro es ilusorio. La fama cuando es positiva acarrea dinero y honores y cuando es negativa termina con algunos famosos entre rejas. Siempre, eso si, pagan un alto precio por su fama: el deterioro y sustracción de sus vidas privadas. Todos tenemos un cierto morbo por desentrañar como será realmente en la intimidad la vida de tal o cual personaje. Unas veces sacarán a la luz sus miserias humanas y otras simplemente se las inventarán. Biografías autorizadas (es decir hagiografías) o aquellas que no lo son tanto y que, en no pocas ocasiones, acaban con el mito y recuperan al hombre o la mujer con sus grandezas y flaquezas. Por mi peculiar forma de entender la vida desde la placidez del anonimato mal hubiera digerido en mi caso eso que se llama la fama.  Recuerdo hace unos años un programa de la televisión local con el que colaboré junto a José Manuel Holgado Brenes. Estaba magníficamente dirigido, producido y presentado por Ángel Vela (se llamaba “De Calle” y creo firmemente que es de lo mejorcito que se ha realizado en una televisión local).  Estaba convencido de que aquello no lo verían más que un grupo de familiares y amigos. Craso error. Entrabas en un bar o en cualquier otro establecimiento y siempre te decía alguien…”Ayer lo vi a usted en la tele”.  Después te decían, cosa digna de agradecer, que el citado programa era muy interesante y que lo hacíamos bastante bien. Aquello te producía (al menos a mí) una doble sensación: la vanidad de ser reconocido y la jodienda de tener que compartir con gente desconocida un rato de charla y café. Aquello me daba que pensar como sería la vida cotidiana de la gente famosa de verdad. No poder asistir tranquilamente a una función de cine o ir al teatro; tomarse un café o una cerveza sin tener que firmar autógrafos o simplemente pasear por la calle sin ser reconocido y molestado. Posiblemente todo consista en asumir a través del conocimiento humano que al final las cosas siempre resultarán efímeras. Gestionar en positivo la fama sin llegar  a considerarse el “Rey del Universo”. Todo en la vida tiene un precio y la fama no podía ser una excepción.

lunes, 23 de febrero de 2015

Hijos de las pateras




Abrieron sus manos suplicando
a las estrellas de la noche.
Lloraron apretujados en alta mar
indefensos ante la furia
de la tormenta.
Los niños miraban asustados
a sus madres y los hombres
pedían ayuda a un Dios
desbordado por los humanos.

Tenían bajo sus desnudos pies
las tablas de los Diez Mandamientos.
Al igual que Moisés muchos nunca
pisarían la tierra prometida.
Las sirenas daban coletazos
para ahuyentar a los tiburones
de los mares de los sueños.

Los caballitos de mar
portaban en sus lomos a
la pena amarga de siglos de
desprecio e ignominia.

Fugitivos de la hambruna en
busca del pan nuestro de cada día.
Aldabonazo que cuestiona a Dios
y conmueve a los hombres de bien.

Buscan la libertad por los mares
y estos les abren sus cremalleras.
Gaviotas sin vuelo ni horizonte
marineros sin barcos ni cantinas,
portadores del duro madero de Jesús
cargadores de cruces sin fronteras:
¡Hijos de las pateras!

domingo, 22 de febrero de 2015

Woody Allen y los Simpson





Cuando pasen muchos años y gente inquieta quiera saber como era la vida cotidiana durante las últimas décadas del siglo XX, y las primeras del XXI, tendrán que utilizar dos referentes inexcusables: Woody Allen y los Simpson.  El Genio de Manhattan ha hecho una película por año en los últimos cuarenta y dos y en ellas están reflejados fielmente las penas, gozos y miserias de nuestra civilización actual. Los Simpson reflejan magistralmente los avatares de una familia media americana y por mimética extensión de toda la clase media actual. Las depresiones; las contradicciones; las ambiciones personales; las ansiedades; el mágico mundo de las mujeres; el decadente mundo intelectual-político-social de los hombres; las inquietantes preguntas sin respuestas de los niños y, en definitiva, un fiel reflejo de esto que llamamos Sociedad actual y/o Aldea Global. Cada nueva película de Woody Allen es una nueva vuelta de tuerca en un armazón donde siempre se adolece de lo que se presume. Desde el presente se teme al futuro, unas veces por presentirlo tan cercano y otras por resultar imprevisible. Curiosamente –o quizás no tanto- sus películas tienen más admiradores en Europa que en EEUU.  Tan solo una parte de los Simpson encontraría placer en el Cine de Woody y Homer lo consideraría una absoluta perdida de tiempo. Sigo con verdadera admiración y difícilmente me pierdo un nuevo capitulo televisivo de los Simpson.  La última película de Woody Allen (“Magia de la luna llena”) es una autentica delicia para los sentidos. Una nueva muestra de su gran talento.  En su Cine, como tiene que ser, siempre se nos muestran esplendidas las mujeres y deslumbrantes las ciudades.  Como gran cinéfilo entiende que, en el Cine, tan solo las féminas  tienen la posibilidad de ser actrices y estrellas. Los Simpson a través de la familia diseccionan a la Sociedad actual con sus miserias y grandezas.  Las contradicciones son inherentes a los seres humanos. Puede que no solamente sea verdad aquello de que no somos nadie sino que incluso puede que tampoco seamos nada. Woody Allen y los Simpson están para demostrarnos que la solución puede estar en el diván de un psiquiatra pero también en una buena jarra de cerveza.  Cada cosa en su sitio y cada sitio en su cosa.  Nos muestran sin acritud, y sin ninguna moralina añadida, que la vida no es como la soñamos sino más bien como la catamos en el día a día.  Woody Allen y los Simpson como paradigma de lo que somos en detrimento de lo que quisimos ser.

viernes, 20 de febrero de 2015

Desayuno con el Genio




Antes de su inesperado y triste fallecimiento era rara la mañana que no encendía el ordenador con la música de Paco de Lucía. Ahora ya, junto a la ducha, el afeitado y el primer café mañanero, escuchar al genio de Algeciras es algo que forma parte de mi cotidianidad mañanera. Dispongo de toda su discografía y cada amanecer lleno mi vida con los inigualables sonidos flamencos de Paco.  Decía Félix Grande que no era capaz de concebir su vida sin la existencia de Paco de Lucía. Esto es algo que suscribo plenamente y, en mi caso, añadiría la figura de Elvis Presley.  Cuando fallecieron estos dos grandes iconos de mi vida sentimental-cultural sufrí sus perdidas como si se trataran de miembros de mi familia. Escuchar a Paco cada mañana es para mí un chute de optimismo que me sirve de antídoto ante la barbarie, la sinrazón y la corrupción que nos rodea.  Debo reconocer que cada día que pasa suena mejor y su obra póstuma “Canción Andaluza” es el colofón perfecto a su extraordinaria carrera de músico universal.  Paco, como una especie de Cid Campeador del Arte Jondo, sigue cosechando triunfos y premios aunque físicamente ya no esté entre nosotros. El ser humano a lo largo de su existencia nota en su piel y, sobre todo, en su alma los arañazos de la soledad y el desconsuelo. Tener a mano mecanismos sentimentales-culturales se me antoja como algo absolutamente imprescindible. Nos refugiamos en la familia, los amores, los amigos o la fe para paliar los efectos de la soledad. Abrazamos la Cultura en cualquiera de sus variantes para que nuestra vida alcance su verdadera dimensión. Estoy plenamente convencido de que Paco de Lucía me acompañará con su guitarra hasta que el “Listero Mayor” ponga en mi vida el inevitable “The End”.  Él, junto con Elvis, siempre será uno de los mayores referentes sentimentales-culturales de mi existencia. Entre dos aguas, la banda sonora de Paco, separando drásticamente lo superficial de lo verdaderamente autentico.  Mientras tanto seguiré desayunando con el Genio de Algeciras.

miércoles, 18 de febrero de 2015

La flor más perfumada





Como cantaba Machín, Isabel –Isabelita-, era la flor más perfumada que había sembrada en el jardín de los amores. Tenía diez años más que yo y su familia ocupaba un par de habitaciones contiguas a la mía en el Corral de las Vírgenes.  Era la menor de cinco hermanos y de una hermosura verdaderamente deslumbrante. Me profesaba un verdadero afecto y dada mi condición de eficaz  “mandaero” me utilizaba para esos menesteres. Siempre, eso si, me recompensaba en la medida de sus posibilidades (muchas sesiones de cine a las que siempre fui un gran aficionado me las pagó Isabelita). Siendo aún muy joven se hizo novia de Gumersindo (“el Gume”) una persona extraordinaria oriundo de la Puerta Osario sevillana. Bético de los más cabales que he conocido y un hombre de esos que sin necesidad de alharacas dejan a su paso por la vida engrandecido el género humano.  Por haber sido participe activo recuerdo con nitidez aquel bello romance entre Isabelita y Gumersindo. Sus padres con el beneplácito de los míos, me situaron en aquella relación sentimental de “carabina”.  A mi no me importaba en absoluto ya que los tres coincidíamos en una gran afición cinéfila y me llevaban a ver muchas y buenas películas. Procuraba, eso si, si apreciaba algún arrechucho o beso furtivo hacerme el distraído. ¡Que tiempos aquellos!  Pasó el tiempo y Gumersindo e Isabelita decidieron casarse. Tuvieron tres hijas y de la segunda fuimos padrinos mi hermana y yo.  Precisamente las andanzas y las malas compañías llevaron a mi ahijada al infierno de las drogas y a Gumersindo, su padre, a una muerte prematura como consecuencia de la pena amarga. Su madre, Isabelita, desde entonces ya nunca fue la misma. Nunca tendré claro si en aquella circunstancias pude hacer más de lo que hice. A Isabelita la seguía viendo tan solo la tarde del Martes Santo cuando ella veía pasar la Candelaria en la calle Muñoz y Pabón esquina con Cabeza del Rey Don Pedro.  Ya no lo veré nunca más.  Hace un par de días me llamó la mayor de sus hijas para decirme que, definitivamente, ya estaba con su querido y añorado Gumersindo. Ayer asistí a su entierro y noté apesadumbrado que con ella se iba una parte importante de mi niñez.  Isabel –Isabelita- era la flor más perfumada de un jardín que con el viento otoñal cada día encuentro más mustio y despoblado. La vida marcando el tiempo de los tiempos.