Es inconcluente sacar las cosas de contexto y peor aún sobredimensionar aquello que nace y muere en un terreno determinado. El ser humano tanto a nivel social, como cultural, sentimental, político o espiritual se nutre –o creo sinceramente que debía hacerlo- en dos direcciones contrapuestas pero complementarias. Por una parte, aquella que nace de un contexto más cercano e intimista y de la otra, de aquella que tendría una dimensión a escala planetaria. Si solo utilizamos para saciar nuestras inquietudes una de estas dos fuentes, creo que nos negamos a nosotros mismos la posibilidad de un crecimiento integral tanto en lo cultural, como en lo político, lo social, lo sentimental y lo espiritual. Si eres aficionado a la poesía lo mismo puedes emocionarte con un sevillano como Juan Sierra que con un norteamericano como Walt Withman. Puedes dilucidar problemas filosóficos existenciales con los textos de José Luis López Aranguren o los escritos por Bertrand Rusell. Lo mismo puedes darle argumento a tu fé con el sermón del parroco de tu barrio en la misa dominical de doce, que contrastando algunos de los enunciados en la Teología de la Liberación. Puedes emocionarte como cinéfilo con el esperpento nacional de Luis García Berlanga, o con la magia de Federico Fellini y Francis Ford Coppola. Así podíamos seguir hasta el infinito. Lo importante es: ni anclarnos en un localismo sin fronteras, ni tampoco rechazarlo frontalmente en aras de situarnos dentro de eso que pomposamente llaman la aldea global. Nuestro armazón cultural y nuestro sentido de la vida y las cosas deben nacer de una armoniosa mezcla de estos dos conceptos. Ni presumir de rancios ni tampoco hacerlo de moderno vanguardista. Una vez más se puede decir que en el equilibrio encontraremos la razón de nuestra existencia.
Sevilla es un Ciudad sumamente compleja y donde –no pocas veces- la guasa y la mala uva chorrean por los poros de toda su corteza terrestre. Queremos de continuo contradecir a don Antonio Machado cuando escribió….”Sevilla, sin sevillanos”.¿Pero cuántas veces a lo largo del año no le damos vigencia y pleno sentido a sus palabras?. Desgraciadamente ejemplos los hay a montones y aunque no está plenamente demostrado no sería de extrañar que Caín y Abel fueran sevillanos. Somos capaces de lo mejor y lo peor y esto –unido a unos nefastos gestores públicos del ayer y del presente- ha condicionado que esta querida Ciudad nuestra no ocupe el lugar que debía corresponderle por su inigualable historia (no es chovinismo, tiren de la soga en el pozo de la vieja Europa y no encontrarán agua más pura, limpia y cristalina). Pero si como muestra vale un botón, ahí va uno: dentro de unos días y con treinta y cuatro de años de retraso se va a inaugurar la ¡primera! Linea del Metro. Aunque eso sí, sin que estén operativas cinco de sus estaciones. Pero como se trata de ver el vaso medio lleno, pues lo verdaderamente importante es que ¡al fín! tendremos una cosa que traslada a la gente bajo tierra. Seamos sinceros: lo mismo que alabamos por la mañana lo criticamos luego por la tarde. Como diría Trajano (sin premio que os conozco) veleterum habemus.
Llegado a este punto doy un giro radical –o puede que no tanto- y quiero referirme al último Pregón (el grande que pequeños ya los hay a cientos). Al mismo no podemos siquiera llamarlo de carácter localista y trataremos de explicarnos: Es un evento para resaltar nuestra Semana Santa que interesa fundamentalmente –y no a todos- a los cofrades de la Ciudad de Sevilla.
Si sumamos los sevillanos pertenecientes a las hermandades de penitencia con aquellos que sin serlo se sienten atraidos por nuestra Semana Mayor, y lo extropolamos al computo global de la población sevillana ¿que porcentaje de la misma vió o está interesada en el Pregón?. Si le añadimos a los asistentes al Maestranza los televidentes de SevillaTV o CRN ¿de que número de personas estamos hablando? ¿Quizás un diez por ciento de la población?. Por tanto no saquemos a las cosas de contexto y llamemos al pan pan y al vino vino. El Pregón es un acto intimista que nos interesa y emociona a los que sentimos con mayor intensidad una semana, que para nosotros representa el culmen de todo un año. Por tanto decir que el Pregón es un acto social fundamental de la Ciudad es perderse por las calles de los sueños. Se trata más bien un evento dirigido a los cofrades sevillanos. Llegado a este punto se puede decir que sobre las excelencias o deficiencias del Pregón –el de Enrique Henares o el de cualquier otro- nunca habrá unanimidad. Para algunos habrá sido largo, tedioso, falto de emotividad y con excesivas referencias políticas (así lo he visto escrito y comentado) y para otros -entre los que me encuentro- ha sido auténtico, valiente, cofrade de alpargatas y comprometido. Lo que debe quedar claro es que los comentarios sociales de Enrique no interferirán en las reuniones del G-20, ni tampoco provocarán que haya que adelantar las elecciones en este país. Él ha dicho lo que su conciencia cofrade y sevillana le pedía y punto. Alguien dijo –y dijo bien- que el nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando, y se podría añadir que los comentarios grandilocuentes y pueblerinos se curan comprobando que el pueblo de al lado también tiene biblioteca. Y hasta puede que sepan entender lo que leen mejor que nosotros. Por lo menos seamos modestos y mantengamos –hacia nosotros mismos- el razonable beneficio de la duda.
Sevilla es un Ciudad sumamente compleja y donde –no pocas veces- la guasa y la mala uva chorrean por los poros de toda su corteza terrestre. Queremos de continuo contradecir a don Antonio Machado cuando escribió….”Sevilla, sin sevillanos”.¿Pero cuántas veces a lo largo del año no le damos vigencia y pleno sentido a sus palabras?. Desgraciadamente ejemplos los hay a montones y aunque no está plenamente demostrado no sería de extrañar que Caín y Abel fueran sevillanos. Somos capaces de lo mejor y lo peor y esto –unido a unos nefastos gestores públicos del ayer y del presente- ha condicionado que esta querida Ciudad nuestra no ocupe el lugar que debía corresponderle por su inigualable historia (no es chovinismo, tiren de la soga en el pozo de la vieja Europa y no encontrarán agua más pura, limpia y cristalina). Pero si como muestra vale un botón, ahí va uno: dentro de unos días y con treinta y cuatro de años de retraso se va a inaugurar la ¡primera! Linea del Metro. Aunque eso sí, sin que estén operativas cinco de sus estaciones. Pero como se trata de ver el vaso medio lleno, pues lo verdaderamente importante es que ¡al fín! tendremos una cosa que traslada a la gente bajo tierra. Seamos sinceros: lo mismo que alabamos por la mañana lo criticamos luego por la tarde. Como diría Trajano (sin premio que os conozco) veleterum habemus.
Llegado a este punto doy un giro radical –o puede que no tanto- y quiero referirme al último Pregón (el grande que pequeños ya los hay a cientos). Al mismo no podemos siquiera llamarlo de carácter localista y trataremos de explicarnos: Es un evento para resaltar nuestra Semana Santa que interesa fundamentalmente –y no a todos- a los cofrades de la Ciudad de Sevilla.
Si sumamos los sevillanos pertenecientes a las hermandades de penitencia con aquellos que sin serlo se sienten atraidos por nuestra Semana Mayor, y lo extropolamos al computo global de la población sevillana ¿que porcentaje de la misma vió o está interesada en el Pregón?. Si le añadimos a los asistentes al Maestranza los televidentes de SevillaTV o CRN ¿de que número de personas estamos hablando? ¿Quizás un diez por ciento de la población?. Por tanto no saquemos a las cosas de contexto y llamemos al pan pan y al vino vino. El Pregón es un acto intimista que nos interesa y emociona a los que sentimos con mayor intensidad una semana, que para nosotros representa el culmen de todo un año. Por tanto decir que el Pregón es un acto social fundamental de la Ciudad es perderse por las calles de los sueños. Se trata más bien un evento dirigido a los cofrades sevillanos. Llegado a este punto se puede decir que sobre las excelencias o deficiencias del Pregón –el de Enrique Henares o el de cualquier otro- nunca habrá unanimidad. Para algunos habrá sido largo, tedioso, falto de emotividad y con excesivas referencias políticas (así lo he visto escrito y comentado) y para otros -entre los que me encuentro- ha sido auténtico, valiente, cofrade de alpargatas y comprometido. Lo que debe quedar claro es que los comentarios sociales de Enrique no interferirán en las reuniones del G-20, ni tampoco provocarán que haya que adelantar las elecciones en este país. Él ha dicho lo que su conciencia cofrade y sevillana le pedía y punto. Alguien dijo –y dijo bien- que el nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando, y se podría añadir que los comentarios grandilocuentes y pueblerinos se curan comprobando que el pueblo de al lado también tiene biblioteca. Y hasta puede que sepan entender lo que leen mejor que nosotros. Por lo menos seamos modestos y mantengamos –hacia nosotros mismos- el razonable beneficio de la duda.