Acudo a Internet y entro en las páginas de la RAE. Pretendo en definitiva, y antes de “columpiarme”, asesorarme de como define nuestra docta y sabia Academia de la Lengua la palabra “abrefácil”. Dice lo siguiente: “Sistema de apertura fácil incorporado a las tapas de algunos envases herméticos”. Leo con detenimiento esta oportuna explicación y la misma no hace más que aumentar mi preocupación. Vale que sea un “Sistema de apertura incorporado a las tapas de algunos envases herméticos”, pero ¿fácil?; ¿qué entiende nuestra Real Academia por fácil?
En la actualidad vivo solo sin más compañía que mi tortuga “Pastori” (como ahora está invernando es como si no estuviera). Tengo como única dolencia crónica una “Artrosis nodular erosiva”; vamos que tengo las manos chungas para jugar al Tenis, y tampoco podré “aplaudir” la salida del actual Alcalde. Es una satisfacción que no me ganase la vida tocando el piano pues estaría pasando más hambre que un sacristán en China. Tengo días buenos y otros regulares pero me defiendo sin demasiados problemas.
Como es fácil de suponer una gran parte de mi alimentación gira en torno a envases encuadrados dentro del grupo de los “abrefácil”. Latas y tetrabrick se configuran como los mayores y más asiduos visitantes de mi frigorífico. Pues bien, si no fuera por un sano ejercicio de pudor, relataría con pelos y señales (la de los cortes en las manos) mis andanzas y desventuras con tan hostiles artilugios.
Las latas de conservas traen una especie de argolla y se supone que con un leve tirón, las anchoas o el bonito en escabeche, estarán prestos para pasar al plato. Pues no, de eso nada. Se abren con facilidad hasta la mitad y luego tienes dos opciones: hacer pesas en un gimnasio cercano o irte a vivir cerca de Schwarzeneggr. Como me quedaba el más difícil todavía, se me ocurrió la semana pasada comprar una lata de hueva y esto ya fue el disloque padre. Había que levantar primero la argollita, luego darle un medio giro a la izquierda y otro a la derecha. Por último darle un suave tironcito hacia arriba y ya está. ¿Qué ya está?, y un ca…. Terminé usando un primitivo abrelatas por la trasera de la lata, y jurándome a mí mismo que cuando quisiera hueva me iba a Sanlúcar a comerlas en cualquier bar.
La puntilla me la dio un salchichón curado y finito que compré hace unos días en la Plaza de la Encarnación. No había manera de quitarle el pellejito y estuve a punto de llevarlo al Virgen del Rocío y que le hicieran la fimosis. No creo que sea buena cosa abusar de los que formamos el grupo de los irremediablemente torpes. Torpes y mancos que no es cuestión baladí. Hombre, una ayudita por caridad, que no todo va a ser darles facilidades a los que abren los cajones en algunas entidades oficiales. Bien está que los productos estén herméticamente cerrados, pero joé, yo pretendo comerme lo de su interior y no mantener con ellos una lucha greco-romana. Ya es que prefiero antes de que me regalen una lata de 1 kilo de caballa de Tarifa que me den una sardina arenque. Me apestarán las manos pero me la comeré en paz y armonía. ¡Estoy como para que me regalen un jamón y tener que cortarlo yo solo! Al final lo caro sale barato: cortado al corte pero listo para saborearlo. Abrefácil, abrefácil…… ¡menos lobos caperucita!