Hubo un tiempo no muy lejano donde en Sevilla a los botijos les
llamábamos búcaros y a los churritos los conocíamos como calentitos. Podíamos seguir con otros
muchos conceptos (patatas donde antes
decíamos papas y profesores en vez de maestros)
que cambian el continente pero nunca el contenido de las cosas y las personas. La
ecuación verano-búcaro era un
matrimonio tan consistente que difícilmente podíamos imaginar el uno sin el otro.
En mi casa siempre teníamos a mano un búcaro
lebrijano achatado de barro rojo. La situación que ocupaba en la vivienda
estaba en consonancia con los distintos momentos del día. Con la amanecida
empezaba su fresca andadura en la ventana que daba a la calle y terminaba su
periplo encima de la mesa (lo escribo correctamente: “la” mesa no “una” mesa). Los búcaros
nuevos tardaban algún tiempo en dar el agua fresca (se alimentaba los primeros
días con un poquito de aguardiente) y se situaba sobre un plato (generalmente
de plástico) que recogía el agua que sudaba por sus poros. Contra más viejo
mejor era el frescor del agua que contenía. Que se rompiera (cosa que, dada de
mi inveterada condición de manazas integral, solía pasarme a mí) era una
auténtica tragedia. Uno nuevo requería
un periodo de adaptación no siempre fácil de digerir. Para beber del búcaro se requería una cierta técnica heredada
de nuestros mayores. Se levantaba lateralmente para que no te cayera encima el
agua derivada del plato. Luego un tiento
largo a cierta distancia de la boca y, antes de terminar, procurar que una
parte del agua vertida te chorreara por la camiseta de tirantas de Pérez Cuadrado. Costumbres del ayer que, como en este caso, no
estoy dispuesto a renunciar. El búcaro
–mi búcaro- sigue formando parte de
mi largo y calido verano. La frescura de su agua nunca podrá proporcionarla
ningún frigorífico. Beber copiosamente
del agua que desprende un búcaro por su pitorro es darle una larga cambiada a
este modernismo de salón que nos invade. Ahora, eso si, si lo rompo lo tengo
que pagar de mi bolsillo y ya nadie, desgraciadamente, puede reñirme. Almas de cántaro y sentimientos de búcaro.
Juan Luis Franco – Lunes Día 30 de Enero del 2017