La memoria socio-cultural se nutre fundamentalmente de experiencias obtenidas a través de lecturas, películas, exposiciones, música, obras de teatro y en definitiva de las experiencias a que sometemos a nuestro intelecto. Bien a nivel corporativo o mediante un proceso de introspección interior individual. Quedamos marcados por aquello que nos educa, nos hace crecer como personas y nos conmueve dejándonos una huella indeleble. Somos el resultado de nuestras experiencias vivenciales y manejamos fundamentalmente el cofre de nuestras inquietudes utilizando la llave del conocimiento, la experiencia y el rigor.
Nuestra memoria sentimental aún siendo paralela y convergente con la anterior funciona en otra dimensión muy distinta. Es decir: aquí lo que prevalece son fechas, momentos, situaciones de muy diverso índole que dan alas a nuestros sentimientos y nos hacen crecer como personas y desde una perspectiva espiritual.
En nuestro calendario sentimental quedaron marcados a golpes de sentimientos aquello retazos de nuestra vida que acudieron a nosotros puntualmente, o en algunos casos sin previo aviso. La trágica fecha del fallecimiento de algún familiar querido. Nuestra primera mirada furtiva de adolescente enamorado. El día que nacieron nuestros hijos. Una jura de bandera o una licencia militar que nos devolvía a la vida civil. Un casamiento. Un bautizo. Una primera comunión. Un desengaño amoroso. Aquel amigo que un día despedimos en una estación de tren con un hasta pronto, y que luego la vida lo convirtió en un hasta siempre. Una separación sentimental inevitable. La terminación o el comienzo de algún trabajo o alguna tarea concreta. Para un sevillano cofrade siempre permanecerá en lo más hondo de sus sentimiento el día que salió a la calle por primera vez con su Hermandad. Aquella tunica que tu abuela o tu madre te plancharon con tanto esmero, y que al enfundarte en ella, tenías la misma sensación de un novillero que estrena su primer traje de luces.
Mi círculo sentimental-cofradiero no estaba cerrado del todo. Me faltaba integrarme como hermano en la Hermandad del Señor de Sevilla. Esto ocurrió una fecha que llevaré de por vida en lo más hondo de mis sentimientos. Fue un 9 de Mayo del 2008. Cuatro días antes de que Alicia, mi hija mayor , cumpliera 29 años.
Mi vinculación con el Gran Poder arranca desde mi niñez. A edad muy temprana ya acompañaba a mi abuela Teresa a verlo. Luego durante muchos años acompañé a mi madre (la cual a punto de cumplir las 97 primaveras todavía hasta hace un año recorría conmigo el Camino de San Lorenzo. Hoy, ya desgraciadamente, vive en el tiempo de los que ya no tienen tiempo). Se me viene a la memoria un día que la acompañé a San Lorenzo militando yo entonces en el vacio –pero siempre respetado- mundo de los agnósticos. Le dije….”mamá, ¿tu crees de verdad que te escucha y te puede conceder lo que le pides?”; ella me contestó…..”pues no lo se, pero de lo que estoy segura es que Él te comprende, te alivia y nunca echará en tu hombro la carga del suyo”.
Por eso cada vez que puedo, que afortunadamente son muchas veces, acudo a la presencia del Señor de Sevilla en busca de sosiego, recarga de fé y tranquilidad de espíritu.
Siempre me llamó poderosamente la atención algo que era un denominador común en las mujeres que se plantaban ante su misericordiosa figura: los suspiros. Entre petición y petición con un leve susurro hacían un breve paréntesis para suspirar. Poco importaba que hubieran olvidado el Padre Nuestro. Establecían una comunicación de tú a tú con el Señor de Sevilla. No es el rezo colectivo de la Misa, es algo más personal y donde sobran los intermediarios. Rezaban desde lo mas hondo de sus corazones con una plegaria cuya letra la escribe las necesidades de cada cual. Recuerdo una anécdota que viví personalmente durante la restauración del Gran Poder. Dos mujeres mayores coinciden en la puerta de la Basílica. La que salía le comenta…..”no entres si no quieres que no está el Señor”….. la otra le pregunta….. “ ¿y donde está¿ “ ……a lo que le responde……. “es que dicen que esta malito y lo estan sanando“. ¡Toma ya ejercicio de sevillanía ¡. Teología del pueblo de Sevilla en estado puro.
En el revuelto mar de la vida siempre encontraremos el faro luminoso del Señor del Gran Poder. No hay mayor verdad que la que dimana de su rostro. A Él se le pueden confiar todos nuestros avatares. Los entiende y los hace suyo siempre. Yo he visto a una mujer llorar desconsolada apoyada en su divino talón y luego verla sentada en “El Sardinero” tomandose un café con una “tostá” con manteca de lomo. ¿Contradicción ¿, para nada. Esta mujer vino a descargar su pena buscando el divino consuelo y luego había que seguir viviendo.
Nuestra memoria sentimental aún siendo paralela y convergente con la anterior funciona en otra dimensión muy distinta. Es decir: aquí lo que prevalece son fechas, momentos, situaciones de muy diverso índole que dan alas a nuestros sentimientos y nos hacen crecer como personas y desde una perspectiva espiritual.
En nuestro calendario sentimental quedaron marcados a golpes de sentimientos aquello retazos de nuestra vida que acudieron a nosotros puntualmente, o en algunos casos sin previo aviso. La trágica fecha del fallecimiento de algún familiar querido. Nuestra primera mirada furtiva de adolescente enamorado. El día que nacieron nuestros hijos. Una jura de bandera o una licencia militar que nos devolvía a la vida civil. Un casamiento. Un bautizo. Una primera comunión. Un desengaño amoroso. Aquel amigo que un día despedimos en una estación de tren con un hasta pronto, y que luego la vida lo convirtió en un hasta siempre. Una separación sentimental inevitable. La terminación o el comienzo de algún trabajo o alguna tarea concreta. Para un sevillano cofrade siempre permanecerá en lo más hondo de sus sentimiento el día que salió a la calle por primera vez con su Hermandad. Aquella tunica que tu abuela o tu madre te plancharon con tanto esmero, y que al enfundarte en ella, tenías la misma sensación de un novillero que estrena su primer traje de luces.
Mi círculo sentimental-cofradiero no estaba cerrado del todo. Me faltaba integrarme como hermano en la Hermandad del Señor de Sevilla. Esto ocurrió una fecha que llevaré de por vida en lo más hondo de mis sentimientos. Fue un 9 de Mayo del 2008. Cuatro días antes de que Alicia, mi hija mayor , cumpliera 29 años.
Mi vinculación con el Gran Poder arranca desde mi niñez. A edad muy temprana ya acompañaba a mi abuela Teresa a verlo. Luego durante muchos años acompañé a mi madre (la cual a punto de cumplir las 97 primaveras todavía hasta hace un año recorría conmigo el Camino de San Lorenzo. Hoy, ya desgraciadamente, vive en el tiempo de los que ya no tienen tiempo). Se me viene a la memoria un día que la acompañé a San Lorenzo militando yo entonces en el vacio –pero siempre respetado- mundo de los agnósticos. Le dije….”mamá, ¿tu crees de verdad que te escucha y te puede conceder lo que le pides?”; ella me contestó…..”pues no lo se, pero de lo que estoy segura es que Él te comprende, te alivia y nunca echará en tu hombro la carga del suyo”.
Por eso cada vez que puedo, que afortunadamente son muchas veces, acudo a la presencia del Señor de Sevilla en busca de sosiego, recarga de fé y tranquilidad de espíritu.
Siempre me llamó poderosamente la atención algo que era un denominador común en las mujeres que se plantaban ante su misericordiosa figura: los suspiros. Entre petición y petición con un leve susurro hacían un breve paréntesis para suspirar. Poco importaba que hubieran olvidado el Padre Nuestro. Establecían una comunicación de tú a tú con el Señor de Sevilla. No es el rezo colectivo de la Misa, es algo más personal y donde sobran los intermediarios. Rezaban desde lo mas hondo de sus corazones con una plegaria cuya letra la escribe las necesidades de cada cual. Recuerdo una anécdota que viví personalmente durante la restauración del Gran Poder. Dos mujeres mayores coinciden en la puerta de la Basílica. La que salía le comenta…..”no entres si no quieres que no está el Señor”….. la otra le pregunta….. “ ¿y donde está¿ “ ……a lo que le responde……. “es que dicen que esta malito y lo estan sanando“. ¡Toma ya ejercicio de sevillanía ¡. Teología del pueblo de Sevilla en estado puro.
En el revuelto mar de la vida siempre encontraremos el faro luminoso del Señor del Gran Poder. No hay mayor verdad que la que dimana de su rostro. A Él se le pueden confiar todos nuestros avatares. Los entiende y los hace suyo siempre. Yo he visto a una mujer llorar desconsolada apoyada en su divino talón y luego verla sentada en “El Sardinero” tomandose un café con una “tostá” con manteca de lomo. ¿Contradicción ¿, para nada. Esta mujer vino a descargar su pena buscando el divino consuelo y luego había que seguir viviendo.
Por eso a la mujeres de Sevilla no hace falta señalarles donde está la Senda de los Suspiros. La recorren siempre que pueden y por ella van derramando petalos de sentimientos camino de San Lorenzo. Allí donde siempre les espera Aquel que nunca las defrauda.