Augusto Monterroso escribió hace unos años un compendió de relatos cortos llamado “Movimiento perpetuo” y cuyo tema recurrente eran las moscas. En el universo machadiano eran: “Vosotras, las familiares, inevitables golosas / vosotras moscas vulgares / me evocáis todas las cosas”. Las moscas siempre han estado omnipresentes en nuestras vidas desde nuestra más tierna infancia. Nuestras madres o abuelas nos cubrían la cuna con un vaporoso velo para que no nos molestaran. Desde entonces nunca han dejado de comparecer, fundamentalmente en la época estival y, prioritariamente, dándonos de manera empecinada el “coñazo”. Siempre debemos distinguir las moscas como colectivo y la mosca solitaria cojonera como elemento desosegante de nuestro loable encuentro con la siesta. Las primeras basta que revoleteen agrupadas para que con un par de toques del aerosol del “fuki-fuki” caigan al suelo como lo que son: como moscas. La mosca franco-picadora ya es harina de otro costal. Cuando creemos que ya se ha ido o que la hemos fulminado, vuelve a aparecer una y cien veces para, entiendo que en plan de recochineo, volver a jodernos la “cabezadita”. A una comida campestre que se precie no le puede faltar una suculenta fuente de ensaladilla rusa y, evidentemente, la clásica mosca que se posa justo en el centro de la misma. Intentamos a golpe de gorra que levante el vuelo pero continúa apresada en la trampa de la mayonesa. Se posan en las frentes de los durmientes de los trenes de largo recorrido. En la cola de los caballos antes de hacer el paseíllo por las Plazas de Toro. En la tez de leones, toros, rinocerontes y elefantes y siempre, de manera invariable, con el único propósito de dejar testimonio de su “porculera” presencia. Los sirvientes que con sus grandes artilugios abanicaban a Cleopatra cubrían dos funciones: aliviarle el calor a la Reina del Nilo y espantarle las moscas. Aunque no está demostrado históricamente se decía que el bigote de Hitler era en realidad un reguero de moscas judías intentando cerrarle la boca. Puede parecernos sorprendente pero las moscas siempre han tenido muy buena acogida en el mundo de la literatura y la filosofía. Desde Grecia, pasando por Roma y, hasta nuestra literatura más reciente, los escritores nunca se han olvidado de mencionarlas. ¿Quién de nosotros en más de una ocasión no se ha acordado de “los muertos de las moscas”? ¿Que calvo no ha terminado dándose más de un cate en la cabeza tratando de espantarlas? ¿A lo largo de la Historia cuantos inventos ha generado el hombre para tratar –inútilmente- de eliminarlas? La diferencia con los mosquitos es que estos –como los políticos- nos chupan la sangre y, ellas, se limitan a alterar nuestro sistema nervioso. Por eso no esta de más que volvamos a recordarlas en clave machadiana: “Yo se que os habéis posado / sobre el juguete encantado / sobre el librote cerrado / sobre la carta de amor / sobre los parpados yertos de los muertos”. Nos recibís en nuestros primeros meses sobrevolando nuestra cuna para que madres y abuelas os espanten a golpes de delantal. Os posáis en nuestro cuerpo inerte ausente ya de latidos y biorritmos hasta que, disimuladamente, una mano amiga os hace levantar el vuelo. Formáis parte de nuestra cotidianidad y, lamento deciros, que nunca añoramos vuestras temporales ausencias. Solo, eso si, agradeceros que nunca os vimos posaros en un paso de palio sevillano. Al César los que es del César y a las moscas lo que es de las moscas.
viernes, 29 de abril de 2011
El desamparo del calvo ante las moscas
Augusto Monterroso escribió hace unos años un compendió de relatos cortos llamado “Movimiento perpetuo” y cuyo tema recurrente eran las moscas. En el universo machadiano eran: “Vosotras, las familiares, inevitables golosas / vosotras moscas vulgares / me evocáis todas las cosas”. Las moscas siempre han estado omnipresentes en nuestras vidas desde nuestra más tierna infancia. Nuestras madres o abuelas nos cubrían la cuna con un vaporoso velo para que no nos molestaran. Desde entonces nunca han dejado de comparecer, fundamentalmente en la época estival y, prioritariamente, dándonos de manera empecinada el “coñazo”. Siempre debemos distinguir las moscas como colectivo y la mosca solitaria cojonera como elemento desosegante de nuestro loable encuentro con la siesta. Las primeras basta que revoleteen agrupadas para que con un par de toques del aerosol del “fuki-fuki” caigan al suelo como lo que son: como moscas. La mosca franco-picadora ya es harina de otro costal. Cuando creemos que ya se ha ido o que la hemos fulminado, vuelve a aparecer una y cien veces para, entiendo que en plan de recochineo, volver a jodernos la “cabezadita”. A una comida campestre que se precie no le puede faltar una suculenta fuente de ensaladilla rusa y, evidentemente, la clásica mosca que se posa justo en el centro de la misma. Intentamos a golpe de gorra que levante el vuelo pero continúa apresada en la trampa de la mayonesa. Se posan en las frentes de los durmientes de los trenes de largo recorrido. En la cola de los caballos antes de hacer el paseíllo por las Plazas de Toro. En la tez de leones, toros, rinocerontes y elefantes y siempre, de manera invariable, con el único propósito de dejar testimonio de su “porculera” presencia. Los sirvientes que con sus grandes artilugios abanicaban a Cleopatra cubrían dos funciones: aliviarle el calor a la Reina del Nilo y espantarle las moscas. Aunque no está demostrado históricamente se decía que el bigote de Hitler era en realidad un reguero de moscas judías intentando cerrarle la boca. Puede parecernos sorprendente pero las moscas siempre han tenido muy buena acogida en el mundo de la literatura y la filosofía. Desde Grecia, pasando por Roma y, hasta nuestra literatura más reciente, los escritores nunca se han olvidado de mencionarlas. ¿Quién de nosotros en más de una ocasión no se ha acordado de “los muertos de las moscas”? ¿Que calvo no ha terminado dándose más de un cate en la cabeza tratando de espantarlas? ¿A lo largo de la Historia cuantos inventos ha generado el hombre para tratar –inútilmente- de eliminarlas? La diferencia con los mosquitos es que estos –como los políticos- nos chupan la sangre y, ellas, se limitan a alterar nuestro sistema nervioso. Por eso no esta de más que volvamos a recordarlas en clave machadiana: “Yo se que os habéis posado / sobre el juguete encantado / sobre el librote cerrado / sobre la carta de amor / sobre los parpados yertos de los muertos”. Nos recibís en nuestros primeros meses sobrevolando nuestra cuna para que madres y abuelas os espanten a golpes de delantal. Os posáis en nuestro cuerpo inerte ausente ya de latidos y biorritmos hasta que, disimuladamente, una mano amiga os hace levantar el vuelo. Formáis parte de nuestra cotidianidad y, lamento deciros, que nunca añoramos vuestras temporales ausencias. Solo, eso si, agradeceros que nunca os vimos posaros en un paso de palio sevillano. Al César los que es del César y a las moscas lo que es de las moscas.
miércoles, 27 de abril de 2011
El brillo de la plata
Cuentan que un día Dios le dijo amargamente a San Pedro refiriéndose a los seres humanos:
-- Es que a lo largo de los siglos no han hecho otra cosa que cometer atrocidades.
“El responsable de las Llaves del Cielo” fue entonces y le alargó un libro rogándole al Sumo Hacedor que leyera algunas de sus páginas. Al cabo de un rato Dios se lo devolvió a la par que decía:
-- Bueno, en verdad es de justicia reconocer que no todo lo han hecho mal.
El libro en cuestión era “El Quijote”. Se recreaba así de manera divina que, afortunadamente, las obras de los hombres a titulo individual, han salvado excepcionalmente a la raza humana del desprestigio corporativo. Son ya muchas las guerras. Es mucha, muchísima, la sangre derramada. Millones de victimas propiciadas por la codicia y las ansias de dominación más canallesca e inmisericorde. La Historia de la Humanidad se reduce a una palangana de oro por cuyos filos reboza la sangre de los inocentes. El Pilatos de todas las épocas intenta –inútilmente- lavar allí sus manos de cómplice cobarde de situaciones injustas y despóticas. ¿Cuánto Poncio Pilatos anda hoy suelto en todos los ámbitos de esta Sociedad en los que nos desenvolvemos? ¿Cuántas veces nosotros mismos no tenemos reparos en “lavarnos las manos” sin querer ver -ni implicarnos- en cuanto nos rodea? La pasada Cuaresma fue tremendamente trágica por los gravísimos sucesos acaecidos en tierras japonesas. Para definir la terrible magnitud de lo allí acontecido se empleó una palabra bíblica: Apocalipsis. El comportamiento extraordinariamente ejemplar de los japoneses no debía extrañarnos pues, a lo largo de su trágica Historia, ya nos dieron sobradas muestras de ello. Nos demostraron, una vez más, que allí lo colectivo siempre prima sobre la grandeza/miseria del individualismo. La cara más noble del patriotismo ofrecida sin fisuras a toda la Humanidad. Es como si nos dijeran. “No solo somos japoneses, sino que además ejercemos de ello”. Son una excepción que, en definitiva, solo sirve para confirmar la regla del egoísmo que nos invade por doquier. Estamos inmersos en una crisis –o varias- que los sesudos analistas no se ponen ni siquiera de acuerdo en como denominarla: social, económica, de valores o, inclusive de civilización. Pero podríamos preguntarnos: ¿Cuándo no ha estado nuestra Sociedad en crisis? ¿Que época podríamos situar como la de mayor grandeza del genero humano? ¿Sin la aportación de sus grandes talentos tendría Dios motivos para estar satisfecho? Somos imperfectos por naturaleza y desarrollo. Perversos o bondadosos por condición o vocación. Unimos sacrificio y abuso en el mismo lote y, tenemos siempre la tendencia a culpar a los demás y/o a las circunstancias de cuanto nos ocurra en negativo. Los triunfos son el oro que siempre reluce al sol de la vanidad. Los fracasos son plata mate sin brillo, camuflada en el hervor de agua y bicarbonato. Nada nuevo bajo el sol. Cuesta –hoy, ayer y siempre- pensar por libre ajeno a banderías y dogmatismo. Es mejor que remar contracorriente, hacerlo cómodamente apoyado en la barandilla de un barco atestado hasta la bandera. Nunca avanzó tanto la Humanidad como cuando el ser humano de manera individual se dedicó al estudio y la reflexión. El Arte y la Ciencia unidos por el talento y el tesón de un hombre o una mujer.
Cervantes escribiendo el “Quijote” y Dios dando su visto bueno celestial. Santa Ángela cavilando como combatir la pobreza sevillana ante la sonrisa cómplice de los habitantes del Cielo. Lo demás es un batiburrillo inclasificable que solo consigue que giremos –como burros de noria- sobre la misma rueda, hasta que llega el dictador de turno y nos saca de la misma a palos.
lunes, 25 de abril de 2011
Pasa la vida
“Mientras consume su cuota de vida,
¿cuántas verdades elude el ser humano?
- Augusto Monterroso –
Lo cantó un cantautor hoy injustamente olvidado, Romero Sanjuán, cuando decía aquello de: “Pasa la vida, igual que pasa la corriente….” Lo musitaba entre dientes mientras paseaba en solitario por tierras castellanas don Antonio Machado: “Caminante no hay caminos, se hace camino al andar….” Lo dejó meridianamente claro Joaquín Caro Romero en el atril del Maestranza: “La vida son siete días”. Al final todo nos lleva a la misma conclusión: pasa la vida con sus luces y sombras y nos arrastra hacia la incertidumbre de algo a lo que llaman porvenir. Es el mundo quien gira sobre nosotros y no al revés. Somos lo que determinan nuestras vivencias encuadradas entre emociones, sentimientos y sensaciones. Soñamos, sentimos y vivimos. No hay más elementos complementarios salvo aquellos que, a modo de eslabones sentimentales, nos atan a personas y tradiciones que nos redimen de la vulgaridad y/o lo insustancial. Somos, posiblemente, lo que otros quisieron que fuésemos. Seremos, los que otros que nos precedan quieran que seamos. Estos escenarios de relevos sentimentales necesitan un contexto determinado:
Nota acuosa de lágrimas y lluvia: Mi Semana Santa personal e intransferible se vio seriamente alterada por las inclemencias del tiempo. Martes Santo sin Candelaria por