jueves, 14 de noviembre de 2024

La babucha materna voladora



A nuestras madres, eficaces lanzadoras de babuchas


Existen objetos de tu infancia que te acompañarán el resto de tus días. Uno de ellos siempre será la babucha materna voladora. Un objeto de persuasión y eficaz corrector ante comportamientos díscolos o erráticos propios de la infancia. Si en aquellas recordadas y añoradas fechas se hubiera establecido un Campeonato de Lanzamientos de Babuchas Maternas mi madre, sin dudar, hubiera optado a los primeros puestos. Tenía una precisión matemática y la efectividad de sus lanzamientos era absolutamente demoledora. Previo al lanzamiento del misil de babucha de paño siempre había una fase negociadora. Tú estabas dando la lata y allí se producía la primera fase de la negociación. Te decía: “Quieres hacer el favor de estarte quieto de una puñetera vez”. Evidentemente hacías caso omiso y seguías a lo tuyo. La negociación ya avanzaba hacia el inevitable lanzamiento. Ella volvía a la carga dialéctica: “Tú que pasa, que no te enterá o es que no te quieres enterá”. Como tú seguías erre que erre sin hacer caso, la fase bélica ya era inevitable. Todo se producía a una velocidad de vértigo y con un par de movimientos perfectamente sincronizados. Arrastraba la babucha en el suelo y la sostenía con la punta del pie. Después levantando la pierna como una palanca la elevaba en el aire. La cogía con la mano derecha y del tirón la proyectaba sobre tu cuerpo. El lanzamiento siempre era por elevación y mientras te cubrías la cara con la manos la babucha descendía hacia ti de manera inexorable. La operación, una vez más, había concluido con éxito. En algunas ocasiones el lanzamiento había resultado algo brusco y ella (con cierto remordimiento) te preguntaba si te había hecho daño. Le respondías que “un poquillo” y ella, después de sentirse algo culpable, ponía fin a la situación con un: “Pues ya sabes lo que tienes que hacer la próxima vez”. Siempre había una próxima vez. El vuelo de la babucha materna como un dardo de amor clavado en las paredes del alma.

lunes, 11 de noviembre de 2024

Pájaros de buen agüero


Recuerdo que mi niñez siempre estuvo adornada por un número determinado de animales. Mi hermano siempre viendo crecer a las dos tortugas que había comprado de crías en el dominguero Mercadillo de Pájaros de la Plaza de La Alfalfa. Mi padre era muy partidario de los gatos y junto con la pájaros configuraban su íntimo universo animalista. En mi casa siempre tuvimos un gato y en al zaguán anexo a nuestra vivienda mi padre tenia once canarios con sus jaulas correspondientes. Una especie de Unión Deportiva Las Palmas canora. Las jaulas colocadas con una distancia milimétrica en la pared eran ocupadas por sus correspondientes inquilinos, los canarios. A pesar de su aparente y ancestral enfrentamiento el gato y los canarios respetaban sus respectivos territorios. Cada tarde ayudaba a mi padre a limpiar minuciosamente las jaulas. Las abríamos y los pájaros revoloteaban por el zaguán sin traspasar el umbral de la puerta que daba a la calle. Una vez limpias y repuestas de alpiste y agua las dejábamos abiertas para que se ventilaran. En unos diez o quince minutos los canarios de manera voluntaria se iban reincorporando lentamente a sus nidos metálicos. Cada uno de los pájaros sabía perfectamente cual eran su jaula. Teníamos un vecino muy sevillista que era portero (portero de puerta no de portería) en el antiguo Campo del Sevilla. Un día se dedicó de manera primorosa a diseñar unos cartelitos con los nombres del Equipo titular del Sevilla y fue poniendo cada uno de ellos en una jaula. Once jaulas y once pares de botas con un destino blanco y rojo. Allí estaba la jaula de Campanal; la de Bustos; la de Guillamón o la de Antonio Valero. Me sentaba largos ratos, en una sillita que me había hecho mi padre, a ver la evolución de los pájaros. El gato sentado entre mis piernas lamiéndose las patas y los canarios cantándoles al aire de la tarde. Siempre había uno (como en todos los ordenes de la vida) que llevaba la voz cantante. Le marcaba las pautas sonoras a los demás. El gato sentía una verdadera empatía con mi madre. La seguía con la mirada en todos sus movimientos y era la única a la que le permitía acariciarlo. Cuando la noche empezaba a mostrarnos sus flecos negros descolgábamos las jaulas y las metíamos en una buhardilla de la azotea. Antes de marchar para el colegio tenía como primera misión sacar las jaulas y volver a colgarlas en la pared. El gato presenciaba la escena dudando si seguir mostrándose cívico y racional o desarrollar su instinto felino. Tener a once pájaros a tiro de piedra y tener que refrenarse debía suponerle un verdadero tormento. Los gatos son de los animales más listos de la creación. Conocen perfectamente a los seres humanos y por ello nunca se fían del todo de ellos. El gato (mi padre siempre los escogía blancos) solía perderse algunas tardes por los tejados colindantes y antes del anochecer volvía al hogar, dulce hogar. ¿Iría a encontrarse con la gata de sus amores y desvelos? ¿Querría saborear el dulce néctar de la Libertad? Nunca lo supimos y, la verdad, tampoco era plan de cotillear en la vida del gato. Los pájaros se nos representan como ejemplo supremo de la belleza cantora de la Naturaleza. Los gatos, como pequeños tigres domésticos, siempre te enseñan que puestos a dormir mejor hacerlo con un ojo abierto. Aunque cuando nos toca soñar mejor hacerlo con el soniquete de algún canario. Pájaros y gatos; gatos y pájaros subidos al carrusel de la vida.

viernes, 8 de noviembre de 2024

Consumidores de imágenes en movimiento



Mis hijas en un loable intento de que no pierda el tren de las nuevas tecnologías me tienen al día en estos menesteres. Para mí cualquier artilugio que esté a mi alcance y mejore mi calidad de vida siempre será recibido con los brazos abiertos. Como ellas conocen mi gran afición por el Cine y sus elementos afines me gestionan algunas plataformas de las que existen en la actualidad. Todas disponen de una amplia oferta de Cine, Series y Documentales. Todo ofrecido al por mayor y a una velocidad de consumo de auténtico vértigo. Lamentablemente observo que aquí la cantidad le gana por goleada a la calidad. Es una forma de distorsionar el Cine hasta convertirlo en pura mercadería. Se permiten apuntarnos cuales películas o series pueden gustarnos e incluso se nos anima sin tapujos a realizar algunos maratones audiovisuales. Se trata de ver de manera ininterrumpida y del tirón todos los capítulos de una Serie determinada. Mirar sin pausa a la pantalla hasta caer rendidos por el cansancio y el sueño. Si permanecemos inactivos y con las pantallas apagadas también lo estarán sus cuentas de resultados. Reconozco sin ambages que el ochenta por ciento de la oferta que recibo me resulta totalmente indiferente. Sin entrar en una impostada pose de “cultureta ” me considero más un buen cinéfilo que un voraz consumidor de imágenes en movimiento. Muchos de mi Generación nos educamos en esta materia cinéfila en la impagable Escuela de los añorados Cine Club sevillanos (en mi caso concreto en el Cine Club Vida situado en la Calle Trajano). Gente como Paco Casado, Juan Fabián Delgado, Alfonso Eduardo Pérez Orozco, Rafael Utrera o Antonio Colón nos guiaron con paso firme por los hermosos e intrincados caminos del Cine. Nos enseñaron a ver Cine con sensibilidad y espíritu crítico. Siempre encuadrado como una magnífica muestra de Arte y Cultura. Una manera mágica y humana de soñar con mundos creados desde la imaginación y con el inmenso poder de las imágenes. Historias de ficción en clave de drama o comedia para vivir momentos mágicos que previamente nos había configurado la Literatura. Historias contadas de manera sublime y siempre resueltas desde el talento y la perseverancia. Observo en las plataforma actuales que, casi siempre, lo que se nos ofrece se manifiesta en clave morbosa. Un uso descontrolado de violencia extrema (verbal y física); sexo al por mayor (venga o no venga al caso) y sustos fantasmales para la descarga de adrenalina. Las buenas películas o las buenas series deben (o debían) dejarnos un sedimento sentimental y cultural. Aguantar el paso del tiempo formando ya parte de nuestro más intimo patrimonio cultural y sentimental. En la actualidad ocurre todo lo contrario. Una película o una serie que nos parecen excelentes son amortizadas a los pocos minutos de consumirla. Un proceso compulsivo de permanente programación. Ocurre como con las comidas. Mientras comemos a mediodía ya estamos programando que vamos a comer por la noche. La duda es si actualmente lo audiovisual es un reflejo de una sociedad compulsiva o si, por el contrario, está ayudando a generar mayores cotas de desosiego. Cortan una serie en el segunda capitulo y te anuncian que los siguientes capítulos irán llegando paulatinamente en los próximos viernes. Todo reglamentado y programado en aras de un consumismo compulsivo. Las ataduras programadas en las claves de “1984. El Gran hermano te vigila” de George Orwell. La clave es ver o mirar.