jueves, 1 de noviembre de 2012

El llanto de los cipreses


“Vivir es ir produciendo pasado” -Félix de Azúa - 

Hoy es 1 de Noviembre y, en el orbe católico, se celebra la Festividad de Todos los Santos. Mañana día 2, más que celebrar, rendiremos pleitesía a nuestros seres queridos y definitivamente perdidos para la vida. Será el Día de los Fieles Difuntos (la fidelidad nunca dependerá de los ausentes, sino de los presentes agarrados a la memoria sentimental). Días estos de profunda raigambre sevillana. Los compases de los conventos se nutren del dulce olor de la bollería recién hecha. Las penas con pan (dulces) son menos. Las vírgenes sevillanas se visten de negro para mostrarnos desde sus altares como se conjuga armoniosamente en la Ciudad la belleza con el dolor. Cada vez más pronto la noche le roba al atardecer su último suspiro de claridades compartidas. Se alargan las ya frías noches para que sepamos valorar, en toda su plenitud, la llegada del amanecer. El Cementerio de San Fernando recibe estos días a una legión de visitantes (cada día menos por los efectos incineradores) que adecentan y rinden tributo floral a los que ya no están con nosotros. Una vez al año no hace daño y, al menos, se consigue activar momentáneamente la parte más noble de nuestros recuerdos. Posiblemente, ni todos los Santos sean Santos ni todos los Difuntos hayan sido Fieles. Aquellos que consiguieron el don (más humano que divino. Dios no crea santos: crea seres humanos) de la Santidad y/o fueron derrotados por la muerte fueron en definitiva personas. Es más que previsible que de todo habrá existido en la “Viña del Señor”. Ser santo es una consecuencia de los méritos terrenales adquiridos durante toda una vida. Otros determinarán que alguien ha llevado una vida ejemplar y milagrera –santa en definitiva- propiciando que debamos rendirle culto. Siempre, eso si, sin que nunca exista consenso sobre las virtudes y defectos de la persona santificada. La casa más limpia siempre tendrá oculta más de una mota de polvo. Cada vez que se produce el luctuoso e inevitable hecho de morirse (fundamentalmente de viejo) se da algo tan natural como el nacer. “Cuando Dios nos da la vida / también nos condena a muerte”. Las hojas muertas de los calendarios se confunden por los suelos con las otoñales caídas de los árboles. La Naturaleza nos enseña cada día que nada es eterno y todo, absolutamente todo, es perecedero. Transitamos por las distintas etapas de nuestra vida para terminar orillados en los mares de los sueños. El Sueño Eterno determinará algún día que ya tan solo somos rescoldos sentimentales de una difusa candela avivada por quienes nos quisieron. Emparejamos, en el almanaque de los días y las efemérides, Santos y Difuntos casi sin solución de continuidad. Seamos consecuentes por tanto y elevemos a los altares del recuerdo a nuestros seres perdidos más queridos. Hoy es 1, mañana será 2 y pasado seguirá girando la rueda de la vida para llevarnos, dentro de poco, a las puertas de un Portal. Allí, un año más, se nos mostrará una imperecedera y hermosa lección de siglos: el gozo de nacer para la vida y la pena de existir para la muerte.

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