lunes, 10 de diciembre de 2012

Organigrama celestial


Recuerdo con afecto de mi etapa de “ardores guerreros” por tierras ceutís al Capellán del Regimiento. Este buen hombre era de un pueblo de Toledo y siempre me dio la impresión de que se encontraba sumamente incomodo en aquel irracional contexto. La palabra de Dios rodeada de tanques parecía tan desubicada como un nazareno con pamela. Era un hombre joven tan serio como afable. Fumador empedernido y con un caudal cultural apabullante. Como aún recordaba de mi época de monaguillo ayudar a la Santa Misa, colaboraba con él cada domingo en estos menesteres. Hicimos una buena amistad y me consta que siempre me tuvo bastante aprecio. De habernos conocido en otras circunstancias hubiéramos tenido muchas posibilidades de haber sido grandes amigos. Hoy, desgraciadamente, he olvidado su nombre pero recuerdo su aspecto severo y rotundo. Con su sotana negra siempre salpicada de ceniza. Sus gafas oscuras de carey y su sempiterno cigarro entre los labios. Era un más que hábil conversador y hablar con él de lo divino y humano (nunca rehusaba ningún tema) era todo un privilegio. Solía repetirme que estaba plenamente convencido de que Dios tenía un plan específico para cada uno de los mortales. Una especie de “Organigrama celestial”. No recuerdo exactamente como era el núcleo central de mi pensamiento de entonces (imagino que, por joven, más vehemente y vital que el de ahora) pero si que le cuestionaba abiertamente algunas de sus apreciaciones. Hoy estoy convencido, tanto para lo bueno como para lo malo, que la presencia de Dios forma parte indisoluble de nuestros aconteceres mundanos. Eso si, nos da la libertad de tomar decisiones que nos afecta y, fundamentalmente, para con aquellos que comparten con nosotros la aventura de la vida. Desde su infinita sabiduría suele proporcionarnos –lamentablemente no a todos- uno de los más grandes dones del ser humano: el libre albedrío. Somos enteramente libres de convertirnos en personas solidarias y bondadosas o en seres malignos y perversos. Los renglones de Dios se tuercen cuando coloca en la parrilla de salida a personas indefensas con graves deficiencias psíquicas o físicas. No nos engañemos, solo se puede racionalizar lo empíricamente demostrable (científico), las demás cuestiones humanas –prioritariamente la fe, la amistad y el amor- son irracionales por su propia naturaleza. Una vez superada ya, afortunadamente, la “Teoría” de ángeles buenos y malos que lo “explicaban” todo, la comprensión de la obra de Dios con relación a los humanos es de tan ardua complejidad que escapa a los límites de la razón. Los gozos y las sombras de la existencia humana siempre estarán apresados en el “Laberinto del Fauno”. Su postrero desenlace siempre será una eterna incógnita por despejar. 

Cuentan que un día Jesús paseaba por los caminos celestiales cuando se encontró a San Pedro. Estaba este sentado pensativo y apesadumbrado en una roca. Tenía la mirada perdida hacia el vacío y sus ojos trasmitían una gran tristeza. Preocupado Jesús le preguntó el motivo de su abatimiento. 

San Pedro le respondió:
 - Estoy desolado con los humanos. Viven instalados en la avaricia, la codicia y la perversión. A la largo de la Historia no han hecho otra cosa que matar. 

 Jesús le replicó: 
 - Voy a demostrarte que en todo no tienes razón. 

 Jesús le dijo que se levantara que quería mostrarle algo. Levantó el Señor el dedo índice de su mano derecha y dibujo círculos en el aire como si tuviera una batuta en la mano: se escuchó de fondo una Sinfonía. Luego trazó un imaginario cuadrado sobre el espacio: apareció dentro del mismo un Cuadro. Finalmente, hizo como si escribiera los primeros renglones de un libro: apareciendo su primera página. 

San Pedro, arqueando su ceja derecha, dijo a continuación:
 - Bueno, justo es reconocer que no todo lo han hecho mal. 

 La Sinfonía era “La Flauta Mágica de Mozart; el Cuadro “Las Meninas” de Velázquez y el Libro “ El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes.

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