“Madrugó el Hijo de Dios
para crear Madrugada
y hasta el aire se postró
al paso de su Zancada”
Con toda su carga de luces y sombras vivir en Sevilla es una gracia del Cielo. Si además eres vecino de San Lorenzo o sus aledaños ya ni les cuento. Estar todo el año cerca de Él es algo difícilmente imaginable. La Plaza de San Lorenzo (bien restaurada aunque manifiestamente mejorable) cambia sustancialmente en cada Estación del Año. Él nunca cambia sino más bien consigue, poco a poco y año a año, cambiarnos a nosotros. Es en las tardes primaverales con su concurrida afluencia de madres jóvenes y niños correteando por ella (¿qué vida tiene una Plaza o Plazuela sin niños jugando bulliciosos en ellas?) cuando San Lorenzo recobra todo su esplendor. Allí, el Otoño es frágil y melancólico; el Invierno duro e inmisericorde; el Verano tedioso e interminable y la Primavera esplendido colofón de una Plaza donde se sitúa el epicentro de la espiritualidad sevillana más autentica. Él está dentro para poder pasar consulta sentimental todos los días del año y nosotros estamos fuera porque Él así lo determina. En Sevilla, los hombres van a rezarle al Señor y las mujeres simple y llanamente a hablar con Él. Para nosotros, sevillanos en busca del paraíso soñado, nos basta con mirarlo de frente y rezarle un Padre Nuestro. Para ellas, sevillanas de penas asumidas, todo se reduce a un fraternal dialogo. Empecé a frecuentarlo con mi abuela Teresa cuando tan solo contaba ocho años de edad. Después acompañé cada viernes a mi madre durante al menos treinta y cinco años. Ahora voy solo y a diario. Empezar mi habitual paseo matutino por el Centro sin verlo previamente carecería de sentido. Siempre me llamó la atención como mi abuela, mi madre y cuantas mujeres lo visitan le hablan (e incluso le riñen). No me resisto a contaros una anécdota que viví hace un par de años. Estaba una señora compungida detrás de Él y en un ejercicio de intrusismo no me resistí a empaparme de tan jugoso dialogo. Era un lunes a primera hora y estábamos tan solo esta señora apoyada en Su Talón y yo situado estratégicamente a una cierta distancia. Por sus años debía de padecer un problema de sordera y era fácilmente entendible cuanto decía. Se le había muerto su marido y le recriminaba al Señor su dolorosa perdida. Esto era cuanto escuché:
-- Me lo has quitao de mi vera. ¿Tanta farta te hacía ahí arriba?
Un leve sollozo y continuaba:
-- Mira que he venío veces a pedirte por él. Pues ni caso me has hecho.
Seguía con voz entrecortada:
-- Pues que sepas que no voy a vení a verte en una buena temporá.
Unos segundos de pausa interminable y remataba con una reflexión definitiva:
-- Bueno, vamo a dejarlo está. Que comprendo que Tú también has pasao lo tuyo.
Ese día comprendí lo que el Señor ha representado, representa y representará siempre para esta Ciudad. Los Evangelios; la Teología de la Liberación y la Catequesis más profunda servida al sevillano modo por esta buena mujer. Dios me perdone por haber sido testigo voluntario e indiscreto de tan profundo dialogo (hablando con Él nunca existe el soliloquio y mucho menos el monologo: con Él se dialoga). Los vecinos de San Lorenzo tienen un doble privilegio: residir en una de las zonas más hermosas de Sevilla y tenerlo a Él siempre como Ilustre Vecino. Un día, espero que aún muy lejano, también formaré parte de ese vecindario.
1 comentario:
No tengas prisa, ¡¡¡eh!!! Que Él siempre te estará esperando y tenemos que hablar de muchas cosas, compañero.
Un abrazo
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