viernes, 19 de junio de 2020

La canícula sevillana



El Verano es el tiempo de la luz. Amaneceres luminosos que nos retrotraen a los paraísos de la niñez. Días donde prima lo efímero sobre el ritual de las cosas contextualizadas por la rutina. Los cuerpos se despojan de la ropa innecesaria y las almas del ropaje de lo estrictamente rudimentario. Se vive intensamente la noche con el grato recuerdo del aroma de la "Dama de noche" de los antiguos Cines de Verano. Fue cuando descubrimos que los Búcaros también sudaban y que era conveniente ponerles debajo un plato de plástico. El Verano era una larga cola en Piscinas Sevilla, el crujir de una sandía al cortarla por la mitad y una canción de Gianni Morandi en una azotea de noches estrelladas y bombillas de colores. Días de ardiente sol donde la calle se recorre a un ritmo vertiginoso buscando una sombra amiga. De los primeros amoríos adolescentes donde el cruce de una mirada bien valía un mundo. De zaguanes de casas señoriales que desprendían un frescor con aromas de burguesía ilustrada y aventuras coloniales. De desiertas Capillas Sacramentales donde la Fe se acrecienta entre rezos y gotas de sudor que te resbalan por la frente. Días donde el soñar, aparte de gratis, se nos hacía imprescindible. Llega el Verano a una Ciudad, la nuestra, donde ya todo está enrarecido como en una película de ciencia ficción.

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