viernes, 12 de septiembre de 2025

La pena infinita


A lo largo de mi vida he sufrido los daños colaterales del fallecimiento de dos personas jóvenes hijos de dos de mis más grandes amigos. Uno falleció de forma súbita y el otro en un durísimos proceso cancerígeno que terminó a finales del pasado Agosto cuando le entregó su alma a la Virgen de la Candelaria. Doy fe y testimonio vivencial de que en ambos casos concurrían una serie de valores morales y cívicos que los configuraban como unos excelentes muchachos y unas grandes personas. Es legitimo ante situaciones tan injustas que hasta las más firmes creencias espirituales se sitúen en el terreno de la duda existencial. Es obvio que la Fe nunca puede ser una “póliza de seguros” que te va a librar de los duros avatares a los que estamos sujetos los seres humanos. Como también lo es que cuando la tragedia se mete en tu casa las dudas y las certezas se entremezclan de una manera desordenada. Luego el tiempo nos dará la fuerza y el consuelo necesario para seguir avanzando. Lo que queda claro es que existen heridas que pueden cicatrizar pero que nunca se van a cerrar del todo. Ser cristiano es sustancialmente seguir las enseñanzas de un Jesús redentor, solidario y misericordioso. Nunca debemos de olvidar que fue salvajemente crucificado cuando contaba tan solo con treinta y tres años de edad. Confundir esta Doctrina con un entramado burocrático donde prima la mentira, la falsedad y los intereses más espurios es confundir la esencia de las cosas.
Enterrar a un hijo es el proceso más dolorosa al que se enfrentan los seres humanos. La pena infinita. El dolor del alma y el cuerpo elevados a su enésima potencia. En la Historia de la Literatura existen grandes escritores que le han dedicado obras extraordinarias a las muertes de sus hijos. Valgan como supremos ejemplos el de Isabel Allende en su excelente novela “Paula” o el de Francisco Umbral en su gran novela titulada “Mortal y rosa”. La Literatura, la buena Literatura, como antídoto contra la desesperación y el desconsuelo. Nuestra Semana Santa a través de sus inigualables y portentosas imágenes es un claro ejemplo de como desde el Arte (Barroco) se puede configurar un mundo donde la pena y la muerte son claramente vencidos por la Fe y la Belleza. La vida está programada para que los hijos entierren a los padres. Cuando se invierten estos conceptos todo salta por los aires hecho añicos. Lo racional revierte su orden natural y la tragedia se apodera de la vida de las personas. La pena infinita campando a sus anchas.

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