sábado, 15 de septiembre de 2012

El crepúsculo de los dioses


A través de su hermano Jaime nos llega la triste noticia de que Gabriel García Márquez ya nunca volverá a escribir. Esta inmerso en un proceso irreversible de demencia senil donde ya nada es ni resulta ser lo que parece. Hicieron falta “Cien años de soledad” para que la Literatura alcanzara su cumbre. Dios escribe con renglones torcidos y nosotros, siempre, terminamos por emborronar los folios. El Otoño siempre termina ennegreciendo, y desparramando por el suelo, las primaverales hojas verdes. “Por darle al viento trabajo / cosía con hilo doble / las hojas secas del patio”. Los dioses deben estar locos al permitirnos tal grado de desmesura. Cervantes perdió un brazo en una batalla naval y Adán perdió el paraíso por dejarse engañar y tratar de ignorar a Dios. Los antecedentes de nuestra civilización venían marcados por la barbarie: tampoco está exenta de ella en sus circunstancias actuales. William Faulkner escribió en 1929, “El ruido y la furia”, y terminamos su lectura como si la cosa no fuera con nosotros. Nunca pensamos que los dioses son efímeros y, después, confiamos en la eternidad de Dios. Creemos desde el agobio y el miedo y así nunca podremos ensamblar credo con creencia. Los vampiros de la noche, aliados con Lucifer, se llevaron a los niños cordobeses y las madres viven al borde de un ataque de nervios. Gabo no volverá a escribir. Pablo (Picasso) no volverá a pintar. Adelita ya no volverá a enseñar en que consiste el Arte sevillano. Pepe Luis y Curro no volverán a torear. Alfredo (Di Stéfano) no volverá a jugar al fútbol. Un Antonio (Ruiz) nunca más bailará y el otro (Mairena) ya nunca más cantará. Los dioses de la “modernidad” caducan e inician su irreversible hora crepuscular. Los adoramos sin reservas cambiando rosarios por tarjetas de crédito y ahora de nada nos sirve rezar. La nada hace tiempo que habita entre nosotros. Caminamos, sin rumbo y vacilantes, inmersos en la “Niebla” de Miguel de Unamuno. Renegamos del Dios Padre para reinventarnos y rendir pleitesía a un dios nuevo cada día. Hoy, algunos pesimistas, no lo son por ser optimistas bien informados, sino simple y llanamente por no tener para comer. “El mundo una gran mentira / cuantos quisieran tener / pa comer lo que otros tiran”. Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muertos y, si lo hacen, esperemos se muestren benevolentes. Los dioses se sientan satisfechos en el “Tendido Once” para ver como el toro de la codicia empitona al personal. Los toros en Pamplona conducen a los mozos a las Oficinas del Paro. El de San Lorenzo da sosiego cada viernes para que don Mariano reparta, el mismo día, sus dosis de intranquilidad. Gabo sigue estando pero ya no está. “Aunque me voy no me voy / aunque me voy no me ausento / aunque me voy de palabra / no me voy de pensamiento”. Hemos propiciado que la noche ya no de paso al día sino a otra noche. Solo cuando derribemos a los dioses de la mentira conseguiremos que la verdad se abra paso entre nosotros. Mientras, seguiremos adorando a los que nuestra vanidad e ignorancia han elevado a los altares. Gabo, ya no volverá a escribir y, que queréis que os diga, eso siempre será para mí una mala y triste noticia.

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