martes, 2 de noviembre de 2021

El llanto del ciprés

No se que tienen las flores, Llorona
Las flores de un campo santo
Que cuando las mueve el viento, Llorona
Parece que están llorando.

Ni en algo tan definitivo y riguroso como la muerte logran los humanos ponerse de acuerdo.  Para unos es el final de todo y para otros es tan solo el principio. Estos días, tristes días, vivimos apesadumbrados por el cruel asesinato de un niño de 9 años (la edad de mi nieta Lola). Es inimaginable el terrible dolor que estará padeciendo esa familia y ante la que sólo nos queda mostrarles nuestra solidaridad más humana y sincera. Estos días de Santos y Difuntos me retrotraen a mi niñez cuando comprobaba que los ausentes, a través del recuerdo más sentimental, nunca se iban del todo. Salió de nuevo a la calle el Señor de Sevilla para recorrer un nuevo tramo existencial. Caminaba entre la incertidumbre del tiempo y la certidumbre que marca los momentos del alma. En su rostro difuminado por el incienso y los ciriales se vértebra la mayor lección de Teología de toda la Cristiandad. Es la vida que se entrega a través del sacrificio más solidario y la muerte que se muestra redentora por los caminos de la Fe. El Gran Poder consuela tan sólo con su imponente y serena presencia. Es un bálsamo purificador contra los avatares de la existencia humana. Su dolor es solidario por su propia naturaleza y su andar, parsimonioso y firme, lleva implícito la dignidad de los derrotados en la batalla de la vida (al final lo seremos todos). Lloran estos días los cipreses del campo santo y la Ciudad, como hizo siempre, viste a sus vírgenes de luto.






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