Marcel Proust escribió su monumental obra (“En busca del tiempo perdido”) entre 1908 y 1922. Fueron siete volúmenes que la sitúan entre las obras cumbres de la Literatura Universal. La famosa “magdalena de Proust” aparece en el primer volumen (“Por el camino de Swann”). Al mojar una magdalena recién hecha en una taza de té al personaje de la novela le vienen de repente una serie de recuerdos que lo retrotraen al paraíso de la infancia. Es la eterna cantinela de vivir de los recuerdos o vivir con los recuerdos. Mientras nuestra salud no se resquebraje en exceso lo verdaderamente importante en la vida es seguir avanzando y poder cubrir días, meses y años. Todo envuelto en las inevitables secuelas de luces y sombras. Acumular experiencia con los errores y aciertos cometidos y reinventarse cada día con los amaneceres que todavía se nos regalan. Recordar a quienes bien quisiste y, lo más importante, mucho te quisieron es una noble manera de mantenerlos con vida. Se vive siempre hacia adelante como así nos marca las agujas del reloj. Sentir permanentemente lo vivido llevando contigo el fardo de los sentimientos compartidos. Siempre lo verdaderamente importante será que todavía los proyectos le ganen la partida a los balances. La memoria es un almacén de vivencias compartidas donde los recuerdos adoptan las formas mas heterogéneas. Aquellas porfías con tu hermano a ver quien aguantaba mejor el equilibrio de la bola de helado del cucurucho. El olor a cloro de una piscina pública donde abrir los ojos bajo el agua era sinónimo de escozores visuales. El embriagador perfume de la alhucema que tu madre depositaba en el brasero. El olor del aftershave (Floid) que usaba tu padre y que al besarte te dejaba reminiscencias de antigua barbería. El mareante humo del tabaco de picadura de tu abuelo. Los mágicos efluvios de la ropa recién planchada por tu abuela. El primer “Bisonte” al que le diste una calada y que juraste (y lo cumpliste) que sería la última vez que fumabas. Marcel Proust fue capaz de crear una obra literaria inmortal con el recuerdo de una magdalena mojada en un té. Recordar no es simplemente un ejercicio de nostalgia es más bien una demostración de que ha valido la pena nuestra andadura terrenal. Las personas, los objetos, los momentos y todo cuanto tocamos para transformarlos en mágicos. Al final del trayecto se nos presentan como un armazón sentimental que siempre nos devuelve a los ausentes. “El esplendor en la hierba” del gran Elia Kasan como muestra inequívoca de que cuando construyes tu existencia con los momentos vividos no quedará hueco para la melancolía. “La magdalena de Proust” mojada en una taza de té. Recordar siempre será vivir por partida doble. No dejar que los muertos sean solo imágenes inertes en una foto sepia. Intentar resucitarlos sentimentalmente es una de nuestras más nobles tareas.
martes, 14 de mayo de 2024
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