Lo ocurrido en Huétor Tájar (Granada) supera con creces los limites de las mayores tragedias humanas. Todo comenzó hace unos meses. Un hombre conduce un coche donde lleva a su familia. Se produce un accidente y como resultado del mismo fallecen la esposa y la hija del conductor y sus nietos sufren heridas de diversa consideración. El conductor resulta ileso y, parece ser, que de desde entonces se produce un severo distanciamiento entre suegro y yerno. El final, con sus aspectos más terribles, estaba todavía por llegar. El abuelo, portando una escopeta, se atrinchera reteniendo a sus dos nietos y hace caso omiso a los requerimientos a la sensatez por parte de la Guardia Civil (mediadores incluidos). El final, dramático final, ya lo conocemos. Mata a sus dos nietos y se termina suicidando. Lo que resultaba evidente es que los “carroñeros” mediáticos no iban a desaprovechar el juego televisivo que les podía proporcionar este terrible suceso. Todo dentro del estercolero “informativo” en que han convertido la noble y necesaria tarea de informar desde el rigor y la objetividad. Hoy ya todo gira en torno al espectáculo mediático donde los sentimientos y el respeto al dolor ajeno brillan por su ausencia. Se trata de “hacer caja” a cualquier precio subiendo los índices de audiencia y por extensión los beneficios que genera la publicidad. Banalizan las cuestiones más espinosas y presumen de ser portadores del sentir mayoritario de la gente. Todo, eso sí, dicen hacerlo en aras de tener a la ciudadanía bien informada. Han cubierto decenas y decenas de programas con el “caso Daniel Sancho”. No se paran a pensar (¿pensar?, una nefasta manía) que existen familiares que están sufriendo por el trágico suceso y por el permanente acoso mediático a que se les somete. Todo vale con tal de que no pare de hervir el enorme caldero de la “telebasura”. Parece ser que en esto consistía lo que algunos y algunas entendían por libertad de expresión. Bulos, rumores, mentiras y insidias al por mayor. Que no se pare el tren que lleva a unos pocos hacia la Estación de la opulencia mientras el andén está lleno de ingenuos tocando las palma a la orden del regidor de turno. No podemos pretender que un país que generalmente no lee sepa leer entre líneas. Es imprescindible que la rueda de la fortuna (de unos pocos) no se pare pues el espectáculo debe continuar. El dolor ajeno como moneda de cambio. La confusión como principal activo en un mercado persa donde todo se compra y se vende. La tragedia como espectáculo televisivo. El rigor ha muerto. ¡Viva la desinformación!
jueves, 23 de mayo de 2024
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