lunes, 11 de marzo de 2013

Sobre jaleos, alborotos y tiros



“Venimos de una posguerra dura,
 la de los años cuarenta,
nos ha quedado como una cicatriz
que aún duele los días de lluvia”
- Jaime Salom –

Lo decía el poema lorquiano recogido de las canciones populares andaluzas: “Anda jaleo, jaleo: ya se acabó el alboroto y vamos al tiroteo”. Repasando cada día las noticias que nos ofrecen los medios de comunicación sobre cuanto acontece en el mundo, el jaleo y el alboroto no terminan nunca y el tiroteo forma parte de la vida cotidiana en muchos confines de la tierra. Todo en clave de rencor como preámbulo de la masacre. De manera pertinaz los niños, ancianos y mujeres como principales destinatarios de los crueles desmanes que se cometen en todas partes del mundo. Veía hace unos días un Documental de la 2 donde se reflejaba el papel de las mujeres francesas durante la ocupación alemana (fundamentalmente en Paris).  Unas jugándose la vida, y perdiéndola en muchas ocasiones, participando o colaborando activamente con la Resistencia. Otras sumisas y complacientes con los invasores alemanes, arrimándose al poder que es donde dicen que siempre hace menos frío. Cuando se produjo la liberación de Paris (por cierto la primera tanqueta que entra en la capital francesa iba comandada por tres republicanos españoles) las purgas y el escarnio a que fueron sometidas las mujeres francesas colaboracionistas fue demoledor y no exento de extrema crueldad. Las que no fueron directa y públicamente fusiladas las pelaron al cero entre el jolgorio de la gente.  Fueron paseadas muchas de ellas desnudas entre una multitud vociferante que las escupía a su paso, les arrojaba cubos de agua sucia, toda clase de inmundicias y las golpeaban e insultaban de manera inmisericorde. Muchas de estas mujeres eran prostitutas que antepusieron su profesión (dicen que la más antigua del mundo) a su condición de patriotas francesas. En definitiva, vendieron su cuerpo al mejor postor (los alemanes en este caso) tratando de rentabilizar al máximo su profesión. Fueron cómplices de los verdugos y la verdad es que lo pagaron muy caro.  Por otra parte a las mujeres que apoyaron la Resistencia, y que a la postre fueron absolutamente fundamentales en la victoria aliada, tampoco se les reconoció su vital aportación en la derrota del nazismo en Francia. Mujeres malas o buenas; buenas o malas, pagando siempre en sus carnes las consecuencias de los conflictos armados que siempre les programan los hombres. Hoy, en pleno siglo XXI, en aras de un fundamentalismo aterrador rocían con acido las caras de las niñas que solo pretenden ir al colegio, o mutilan a otras que no quieren casarse con quienes “sus padres” han comercializado su venta. Niñas que son, ni más ni menos, proyectos salvajemente frustrados de futuras mujeres. Abuelas, madres, hermanas, esposas, hijas y nietas padeciendo el alboroto y cubriéndose en los soportales de los tiros de los hombres. De todos los títulos que se le adjudican a Sevilla existe coincidencia que el de Mariana es posiblemente el que mejor le cuadre. Madre amantísima y dolorosa cubriendo con su manto nuestras desdichas y desventuras.

Lo escribió Lorca que sabía como nadie de donde procede el dolor de los andaluces: “Anda jaleo, jaleo: ya se acabó el alboroto y vamos al tiroteo”.  La Historia nos deja meridianamente claro quienes son los destinatarios (as) de toda la vileza del mundo: mujeres, niños y ancianos.

Nosotros nos vamos a las guerras (de todo tipo) que los poderosos nos programan y ellas, nuestras desconsoladas mujeres, se van a los cementerios a enterrarnos y después a criar a nuestros hijos.  En Sevilla todas, absolutamente todas las mujeres, siempre terminan rezando a los pies del Gran Poder. 

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