“Venimos de una posguerra dura,
la de los años cuarenta,
nos ha quedado como una cicatriz
que aún duele los días de lluvia”
- Jaime Salom –
Lo decía el poema lorquiano recogido de las canciones populares andaluzas:
“Anda jaleo, jaleo: ya se acabó el
alboroto y vamos al tiroteo”. Repasando cada día las noticias que nos
ofrecen los medios de comunicación sobre cuanto acontece en el mundo, el jaleo
y el alboroto no terminan nunca y el tiroteo forma parte de la vida cotidiana
en muchos confines de la tierra. Todo en clave de rencor como preámbulo de la
masacre. De manera pertinaz los niños, ancianos y mujeres como principales
destinatarios de los crueles desmanes que se cometen en todas partes del mundo.
Veía hace unos días un Documental de la 2 donde se reflejaba el papel de las
mujeres francesas durante la ocupación alemana (fundamentalmente en
Paris). Unas jugándose la vida, y
perdiéndola en muchas ocasiones, participando o colaborando activamente con la Resistencia. Otras
sumisas y complacientes con los invasores alemanes, arrimándose al poder que es
donde dicen que siempre hace menos frío. Cuando se produjo la liberación de
Paris (por cierto la primera tanqueta que entra en la capital francesa iba
comandada por tres republicanos españoles) las purgas y el escarnio a que
fueron sometidas las mujeres francesas colaboracionistas fue demoledor y no
exento de extrema crueldad. Las que no fueron directa y públicamente fusiladas
las pelaron al cero entre el jolgorio de la gente. Fueron paseadas muchas de ellas desnudas
entre una multitud vociferante que las escupía a su paso, les arrojaba cubos de
agua sucia, toda clase de inmundicias y las golpeaban e insultaban de manera
inmisericorde. Muchas de estas mujeres eran prostitutas que antepusieron su profesión
(dicen que la más antigua del mundo) a su condición de patriotas francesas. En
definitiva, vendieron su cuerpo al mejor postor (los alemanes en este caso)
tratando de rentabilizar al máximo su profesión. Fueron cómplices de los
verdugos y la verdad es que lo pagaron muy caro. Por otra parte a las mujeres que apoyaron la Resistencia, y que a
la postre fueron absolutamente fundamentales en la victoria aliada, tampoco se
les reconoció su vital aportación en la derrota del nazismo en Francia. Mujeres
malas o buenas; buenas o malas, pagando siempre en sus carnes las consecuencias
de los conflictos armados que siempre les programan los hombres. Hoy, en pleno
siglo XXI, en aras de un fundamentalismo aterrador rocían con acido las caras
de las niñas que solo pretenden ir al colegio, o mutilan a otras que no quieren
casarse con quienes “sus padres” han comercializado su venta. Niñas que son, ni
más ni menos, proyectos salvajemente frustrados de futuras mujeres. Abuelas, madres,
hermanas, esposas, hijas y nietas padeciendo el alboroto y cubriéndose en los
soportales de los tiros de los hombres. De todos los títulos que se le
adjudican a Sevilla existe coincidencia que el de Mariana es posiblemente el
que mejor le cuadre. Madre amantísima y dolorosa cubriendo con su manto
nuestras desdichas y desventuras.
Lo escribió Lorca que sabía como nadie de donde procede el dolor de los
andaluces: “Anda jaleo, jaleo: ya se
acabó el alboroto y vamos al tiroteo”. La Historia nos deja
meridianamente claro quienes son los destinatarios (as) de toda la vileza del
mundo: mujeres, niños y ancianos.
Nosotros nos vamos a las guerras (de todo tipo) que los poderosos nos
programan y ellas, nuestras desconsoladas mujeres, se van a los cementerios a
enterrarnos y después a criar a nuestros hijos. En Sevilla todas, absolutamente todas las
mujeres, siempre terminan rezando a los pies del Gran Poder.
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