viernes, 16 de junio de 2023

Takamoto


Heredé de mi padre la afición al Flamenco. Bendita herencia. Ya son más de 60 años los que llevo ejerciendo de estudioso y, fundamentalmente, de aficionado. Para mí el Flamenco mas que una Aficion o una Pasión es, simple y llanamente, una Religión. Tiene un San Pedro en sus orígenes que es Silverio Franconetti y un Papa eterno que es don Antonio Chacón. Luego existen unos ilustres cardenales que han cubierto de manera majestuosa la grandeza del Cante, el Baile y el Toque. La Historia del Flamenco es la Historia de sus grandes interpretes. Este inmenso Arte, parido y amamantado en Andalucía, se nutre tanto de los aspectos antropológicos e históricos como de los vericuetos de las leyendas. Lo vivido y lo inventado cogidos de la mano por los campos y mares andaluces. El anecdotario del Flamenco es de una riqueza vivencial y sentimental absolutamente apabullante. He vivido en primera persona muchas de estas situaciones que me han hecho crecer como humano y como andaluz militante. Me viene a la memoria el caso de Takamoto. Este japonés llego a Sevilla con veinte años de edad para trabajar en el Pabellón de Japón de la Expo del 92. Durante aquella rica experiencia Takamoto notó que la flecha de Sevilla y del Flamenco se le habían clavado en lo mas profundo de su corazón. Cuando la Expo bajó las persianas Takamoto resolvió que de aquí no se movía. En Japón lo que sobra es gente y como son muy parecidos nadie notaría su ausencia. Vivía en un piso compartido de la Alameda y se ganaba la vida dando clases de japonés. Aprendió a tocar la guitarra  y dado su enorme talento pronto empezó a sacar de la sonanta algunas notas aflamencadas. Posteriormente ya daba clases de guitarra a algunos niños que se iniciaban en el mágico mundo de la sonanta. Llevar a tu niño a que un profesor oriundo de Tokio le enseñara los acordes de la Soleá era toda una pasada. Takamoto no se perdía ningún evento flamenco. Lo mismo te lo encontrabas en “La Caracolá” de Lebrija que en un recital en la Peña “La Fragua” de Bellavista. Lo encontrábamos en la “Reunión de Cante Jondo” de la Puebla o sentado en el Altozano en la Velá trianera. Siempre vestía sin perder en su indumentaria su condición nipona y, como excepción, siempre llevaba sus “zapatos de gorila” (los que ya peinamos canas sabemos a que zapatos me refiero). Dado su enorme predicamento en el mundillo flamenco siempre encontraba a alguien que lo llevara y lo trajera de los eventos. Era tan conocido que en ningún sitio le negaban la entrada. Si el portero era nuevo y le ponía alguna pega siempre sonaba al fondo alguna voz que decía: “Déjalo pasar que es Takamoto”. Con el aval de su educación nipona se arrimaba discretamente a las reuniones y a la gente le faltaba tiempo para invitarlo. Hablaba poco y sonreía mucho. No he visto en mi vida a nadie que siguiera con tal grado de  atención las actuaciones flamencas. Para él aquello era una especie de liturgia. Se sentaba con nosotros y recuerdo una vez que después de que un cantaor cantara por Soleá le pregunté :“Que te ha parecio Takamoto”. Después de un momento de reflexión me respondió: “Ha estao sembrao pero en el segundo tercio se ha ido de tono”. ¡Tira millas moreno¡ Hace ya muchos años que le perdimos la pista. Unos dicen que lo habían visto por Granada. Otros que se volvió a Tokio por estar su padre enfermo. Un gran dilema el paradero de Takamoto. Cualquiera sabe donde andará este compañero de noches jondas de luna llena. Pequeñas historias del Flamenco que engarzan a este Arte universal con las estrellas del firmamento. Un japonés en la Corte del Rey Paco I de Algeciras. Las veredas del Arte Jondo abriéndose paso por entre la maleza de los sentimientos compartidos. Sayonara Takamoto, flamenco del Lejano Oriente. Que tu Dios te guarde donde quieras que estés. 

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