En uno de los videos póstumos del Papa Francisco llama la atención uno dedicado a la Juventud. En el mismo el Santo Padre les hace una especial advertencia: la importancia de escuchar, de saber escuchar. No se trata de prestar nuestros ya castigados oídos a tantas estupideces sonoras como nos rodean. Se trata, en clave machadiana, de distinguir las voces de los ecos. La gente, salvo contadas excepciones, se ha vuelto monotemática y parlanchina compulsiva. Hablan y hablan sin parar negándote cualquier opción a meter baza con algún comentario. No hay manera. Todo queda expuesto en clave personalista (mal endémico de nuestra Sociedad) donde han dejado de interesar las opiniones ajenas. Te encuentras a algún conocido e intentas explicarle algo que a él le puede interesar más que a ti. Misión imposible. No son capaces de concederte una tregua silenciosa de dos o tres minutos para que puedas expresarte con cierta claridad. Se hace verdad que cada día cobra más fuerza uno de los males endémicos de muchos españoles: hablan cuando debían escuchar y callan cuando debían hablar. El dialogo constructivo, aquel donde el escuchar siempre debía estar por delante del hablar, se encuentra prácticamente finiquitado. Nunca hemos tenido más oportunidades de estar bien informados y nunca, como ocurre actualmente, hemos tenido un mayor numero de “analfabetos” funcionales. Las Redes Sociales han propiciado que muchas personas de manera exponencial eleven los bulos a la categoría de noticias. Nadie contrasta ya nada y lo que digan las Redes va a misa (a ser posible de doce). Desde algunas de las esferas mediáticas y politicas se ha propiciado un proceso de alienación permanente donde han acostumbrado a la gente a no pensar (para eso ya están ellos). Las antiguas tabernas sevillanas eran un sitio natural para la charla distendida y también para algunas discusiones encendidas (sobre todo de Fútbol y Toros). De todo había en estos añorados santuarios donde la convivencia pacifica se regaba con un buen mollate. Ya incluso existen bares céntricos donde te dicen, mediante un cartel bien visible, que los veladores solo se pueden usar para desayunar y con un tiempo máximo de veinte minutos. Una certera manera de dinamitar la convivencia y el dialogo. Allí se va a comer y a dejar dinero en la caja; el que quiera charlar que se vaya a su casa. Hace tiempo que están encima de la mesa todas las coordenadas para enterrar a bombo y platillo la Sevilla de nuestros ancestros. Sevilla, la Sevilla de nuestros mayores, queda superada por una Sevilla contemporánea donde sus habitantes ya son meras comparsas bailando al son que marcan los “dueños” de la Ciudad. Tierra invadida cada día por una legión de turistas interiores y exteriores que, a la postre, son los actuales depositarios de la vida cotidiana de la Ciudad. A que negarlo ya somos extraños en el Paraíso. Culpar al turismo (los turistas) de los males que nos aquejan es una soberana tontería. Ellos vienen al reclamo de un Ciudad única en el mundo y no tiene sentido “criminalizarlos” por acudir al encuentro de la belleza más extrema. Son “nuestras” autoridades las que se niegan en racionalizar el Turismo en aras de una buena convivencia ciudadana. El problema no radica en que los forasteros no nos entiendan; el verdadero problema es que ya no logramos entendernos (por falta de dialogo) ni entre nosotros mismos. Las ciudades que se entregan atadas de pies y manos al turismo masificado tienen siempre en el aire la perdida de sus señas de identidad. La Historia nos enseña, querer aprender es otra cosa.
martes, 6 de mayo de 2025
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